Últimos días en Toronto

Honest Ed's, un centro comercial muy antiguo entre The Annex y Koreatown.

Vigesimocuarta entrada. La aventura neoyorquina altera mi último fin de semana en Canadá, que vivo a contrarreloj. Mi ya ex-jefe me despierta el viernes por la mañana diciendo que tengo que hacer las maletas porque llegan nuevos inquilinos al piso. Con las prisas, amontono todas mis pertenencias y, por la tarde, llego a casa de Dan, un amigo couchsurfer acostumbrado a recibir visitas en su acogedor ‘basement’.

Zach, su compañero de piso, está preparando una fiesta para sus compañeros de clase, con lo cual decido ir al concierto de Sheezer, un grupo femenino que rinde tributo a Weezer. Antes de eso, ceno con Astrid en un restaurante mexicano en Kensington. Echaré de menos las propuestas gastronómicas y culturales de Astrid, que me ha recomendado algunos de los mejores restaurantes de la ciudad.

La estación de metro de Museum.

Lo primero que noto desde que volví de Nueva York es el cambio de temperatura. Necesito calcetines gruesos, guantes y gorra de lana para no congelarme las extremidades. Por suerte, una vez dentro de los locales, la calefacción te quita el frío de golpe.

En Lee’s Palace, una famosa sala de conciertos situada en The Annex, disfruto de las canciones de los primeros discos de Weezer cantadas por las componentes de Sheezer, ataviadas para la ocasión con disfraces de Kiss (efecto Halloween). Tocan los temas míticos de ‘Pinkerton’ y ‘Blue Album’, un “clásico básico” como dirían las hermanas Janés. Cuando suenan las notas de “Undone (The Sweater Song)” -la primera canción que jamás escuché de la banda de Rivers Cuomo-, las chicas invitan al público al escenario para recrear los diálogos de la grabación original del álbum azul. Muy divertido y muy buen rollo. ¡Cómo me gusta Weezer!

La torre CN, símbolo de la ciudad.

El bolo de Sheezer marca el final de una larga lista de conciertos que empezó precisamente en Lee’s Palace con The Revival Tour a finales de marzo. Desde entonces, he tenido la suerte de ver en directo a Cancer Bats, Frank Turner, The Hives, Gogol Bordello, Mariachi El Bronx, Mahones, Teenage Bottlerocket, NOFX, New Found Glory, Offspring, Two Gallants, Regina Spektor, Social Distortion, Blitzen Trapper y un sinfín de grupos locales e internacionales que han hecho de mi estadía en Toronto una experiencia muy musical.

Al volver del concierto, me encuentro con los restos de la fiesta de Zach. Pululaban por el piso ocho chicas adolescentes con ciertos signos de embriaguez. Estuve escuchando su conversación durante un rato pero, cansado, me fui a dormir en uno de los sofás.

'Lake and Mountains', de Lawren Harris.

El sábado por la mañana aproveché para visitar el AGO, el museo de bellas artes de Ontario, que alberga una selección de pinturas del ‘Grupo de los 7’, una generación de paisajistas canadienses que se dio a conocer a principios del siglo XX. Personalmente, me quedo con los cuadros de Lawren Harris y Franklin Carmichael. También di un repaso a la exposición de Diego Rivera y Frida Kahlo y, aunque soy reacio al arte contemporáneo, quedé sorprendido por las estiradas figuras humanas del escultor local Evan Penny.

Tras el museo, Astrid y yo repusimos fuerzas con unos ‘dumplings’ chinos, momento que aproveché para acabar de organizar mi fiesta de despedida.

El punto de reunión fue The Lab, un bar en The Annex donde trabajan los seguratas más simpáticos de Toronto, entre ellos Dan. Los primeros en llegar fueron David y Elena, directos desde Hamilton. Junto con Alberto, el granadino más cachondo de la ciudad, empezamos a improvisar la segunda parada de la noche: una ‘house party’ en casa de Gonzalo, el madrileño.

Poco a poco, aparecieron los demás invitados, hasta conseguir una buena mezcla de españoles (David, Elena, Alberto, Teresa, Alejandro), canadienses (Eddy, Dina, Ash, Katie, Mark, Jodi, Matt, Emily) e internacionales (Amaro, Agnieszka, Ali, Gaëlle).

La fiesta en casa de Gonzalo resultó divertida -gracias, amigo- hasta el punto que los guardias de seguridad de su ‘condo’ le pidieron que bajase un poco la música. Cuando se acabó la bebida, volvimos a The Annex y optamos por The Dance Cave, la sala nocturna de Lee’s Palace, donde sonaron Blink-182, Weatus y “La Bamba”, entre otros éxitos.

The Destroyer, especialidad de Sneaky Dee's.

El siguiente paso hubiera sido un karaoke en Koreatown, pero los coreanos no estaban preparados para nosotros así que, con la fiesta tocando a su fin, bajamos hasta la esquina de College con Bathurst, donde se encuentra el mítico Sneaky Dee’s. Allí acabamos la noche con, no uno, sino dos ‘Destroyers’.

El ‘Destroyer’ es un plato acuñado por los miembros de Cancer Bats, un grupo de punk-metal que tuvo la brillante idea de mezclar ‘poutine’ (patatas fritas, salsa de carne y queso) con tomate, guacamole, jalapeños, crema de yogur y todo lo que se tercie. De madrugada, lo devoramos como cerdos y nunca algo tan repugnante me ha sentado tan bien.

No hace falta decir que dormí como un ángel y, gracias al cambio horario, gané tiempo para rehacer las maletas y realizar las últimas compras. El frío y la oscuridad acompañaron mis últimas horas en Toronto y, después de compartir un melancólico café con Ali y Astrid, me despedí de la calle Queen con un paseo en bici.

El tranvía de Dundas Street.

Pasé por casa de Dan para recoger las maletas y entregar una llave que no utilicé en todo el fin de semana (la puerta de su casa siempre está abierta). Cargado con treinta kilos de recuerdos, me dirigí hacia el aeropuerto para poner punto y final a mi aventura canadiense.

Han sido siete meses de mi vida que jamás olvidaré. Cualquier tristeza que sienta por esta despedida se debe a los paisajes, las amistades y los momentos de felicidad que dejo atrás. El tiempo se encargará de mitificar el pasado y de alimentar la nostalgia, pero no cambiaría esto por nada del mundo. Goodbye Toronto. Thank you Canada.

In the Winter of your youth
You longed for something else than your life upon the shelf
Out upon the open road you learned to say goodbye
Such a lovely day to die

Publicado en Barrios, Comida, Cultura, Música, Noche | Etiquetado , , , , , , , | Deja un comentario

Una aventura en Nueva York

Vista de Nueva York desde el Empire State Building, horas antes del huracán Sandy.

Vigesimotercera entrada y segunda incursión en Estados Unidos. Si en junio visité la capital del país, Washington DC, esta vez tocaba Nueva York, considerada la capital del mundo. Aunque, tal y cómo se desarrollaron los acontecimientos -coincidimos con el huracán Sandy-, podríamos hablar de la capital del Tercer Mundo.

Lo que empezó como un viaje relámpago de tres días a la Gran Manzana acabó siendo una aventura huracanada que se prolongó hasta los seis días. De por medio, hubo tiempo para conocer ambos lados del puente de Brooklyn, forjar nuevas amistades a base de caminatas y cervezas y observar Manhattan bajo una oscuridad inédita.

Sábado 27: Primeras horas en la Gran Manzana
Salimos de la estación de autobuses de Toronto el viernes por la noche. Esta vez, compartía el viaje con Jorge, mi compañero de trabajo, que clamaba por descubrir esa Nueva York que todos conocemos del cine, la televisión, la literatura y la música.

Tras pasar la frontera sin sobresaltos y superar un trayecto de 10 horas en autocar, nos plantamos en pleno centro de Manhattan a las 7 de la mañana del sábado, con todo el día por delante para conocer la ciudad.

Improvisando sobre la marcha, nos dirigimos a Times Square, ese paradigma del consumismo que deslumbra al transeúnte, y caminamos hacia Central Park, el pulmón verde de la isla de Manhattan.

Alicia y el sombrerero loco en Central Park.

Antes de llegar al gran embalse del parque, topamos con el Metropolitan, uno de los museos más importantes de la ciudad, con permiso del MOMA y el Guggenheim. Allí acudí directamente al rencuentro de viejos conocidos como Courbet, Seurat, Signac, Degas, Manet, Monet, Toulouse-Lautrec y Gaugin, los grandes pintores impresionistas. El mayor lujo de llegar pronto al museo fue poder disfrutar de salas vacías y tener una cita íntima con Picassos y Van Goghs.

Desde Central Park, que limita al norte con Harlem, el barrio negro de Nueva York, descendimos hasta la zona financiera, conocida por dos rascacielos derribados un tal 11 de septiembre. Actualmente, la Zona Cero se ha convertido en un lugar de memoria y de reconstrucción. Más de una década después de los ataques terroristas del 11S, la herida sigue cicatrizando lentamente.

El 'skyline' de Manhattan desde Staten Island.

Otro símbolo de la ciudad es la Estatua de la Libertad, un monumento que se puede avistar desde el ferry gratuito que conecta Manhattan con Staten Island. El paseo en barco nos sirvió para abrir el apetito y, de vuelta a la gran isla, nos posamos en un restaurante de Little Italy donde había camareros hispanos -sorprende la cantidad de español que se escucha en NY- y un falso ‘capo’ que intentaba cautivar a los turistas con sus aires de seductor italiano. Una vez alimentados, proseguimos el recorrido por Chinatown y SoHo, denominado así por estar al sur de la calle Houston.

Por la tarde-noche, hicimos el check-in en nuestro hostal en Williamsburg, perteneciente a Brooklyn, el barrio más poblado de NYC. Ya de noche, nos dirigimos de nuevo a Manhattan, que se había disfrazado con motivo de Halloween. Las gatitas y las caperucitas abundaban en las calles y los bares aledaños a Greenwich Village.

Para calentar motores, Jorge y yo nos tomamos unas cervezas por la calle, lo cual llamó la atención de un policía que nos hizo la vista gorda, probablemente debido a Halloween y a la sinceridad de Jorge al admitir que era cerveza lo que camuflaba la bolsa marrón del supermercado. La noche fue divertida y acabó con un largo viaje en metro hacia Brooklyn, con unos más perjudicados que otros.

Sábado 28: Se avecina la tormenta
La primera parada del sábado fue el Bowery, la cuna del punk neoyorquino. El CBGBs, donde empezaron los Ramones, es ahora un retazo del pasado y el único guiño a los padres del punk se guarda en una pequeña placa con el nombre de Joey Ramone, el lánguido cantante del cuarteto de Queens.

Tienda dedicada al Gran Lebowski.

Un poco más al oeste está Greenwich Village, el barrio de Friends, donde descubrimos un negocio dedicado al Gran Lebowsky y una magnífica tienda de discos llena de posters, camisetas, vinilos y CD’s de la onda punk y hardcore.

El Lincoln Center fue la segunda parada del día. Se trata de un moderno conjunto arquitectónico que alberga teatro, ópera y biblioteca. Personalmente, no me pareció nada del otro mundo así que moví ficha y nos dirigimos al Rockefeller Center, donde ya funcionaba la pista de hielo. Allí vi las primeras señales alertando sobre el inminente paso del huracán Sandy, que obligaría a cerrar algunos monumentos y, eventualmente, el metro.

"53rd and 3rd, stanfing on the street. 53rd and 3rd, I'm trying to turn a trick"

Antes de que eso ocurriera, no me resistí a sacar una foto de 53rd and 3rd, la calle donde Dee Dee Ramone supuestamente hacía de chapero, y llegamos justo a tiempo de subir a lo alto del Empire State Building, el edificio de King Kong. Pese a la clavada en el bolsillo -$25 dólares-, hay que reconocer que las vistas desde arriba impresionan. La fuerte ventisca presagiaba el paso del huracán, que azotó la noche del domingo y el lunes.

De vuelta al hostal, hicimos migas con varios españoles que pasaban unos días en Nueva York: Xavier, un periodista canario que ha viajado por medio mundo en tan sólo tres meses, David, un turista experimentado que estaba al día de las últimas noticias del huracán, y Héctor y Jorge, dos gallegos muy cachondos que proporcionaron muchas risas contando historias en su marcado acento de Vigo. Con ellos pasamos la noche del huracán, que apenas se hizo notar en Brooklyn, y los siguientes días de turisteo en una ciudad desbordada por los efectos de Sandy.

Lunes 29: Atrapados en Brooklyn
El lunes amaneció con la noticia de la cancelación de nuestro autobús y la suspensión del servicio de metro en la ciudad debido a las inundaciones que dejaron sin electricidad a media isla de Manhattan.

Primeras señales del huracán.

Envalentonados por el entusiasmo de Jorge, nos fuimos en busca de un refugio que podría proporcionar el material para un buen articulo o, como pretendía el periodista paria, el premio Pulitzer. La misión se abortó cuando el taxista que reclutamos fue incapaz de encontrar la calle en la cual se había montado el refugio. Al día siguiente sí lo encontramos pero tiraron más las ganas de aventurarnos en la ciudad apagada que de pasar la noche en el gimnasio de un instituto prácticamente vacío.

El mal tiempo hizo que el lunes fuera un día para socializar y compartir risas con el grupo de españoles que el destino reunió en Nueva York.

A todo esto, nuestro jefe nos reclamaba por e-mail que le entregáramos notas para su periódico en Toronto, una situación rocambolesca teniendo en cuenta que la noticia se estaba produciendo en Nueva York.

Martes 30: A falta de metro, pateada
El martes empezó con mejor tiempo pero, aún así, la ciudad seguía paralizada y, por segundo día, se canceló nuestro retorno a Toronto. Sin embargo, no nos resignamos a permanecer encerrados en el hostal otra jornada y emprendimos un épico viaje a pie hacia Manhattan. De camino, coincidimos con los gallegos, lo que sirvió para consolidar el grupo de seis españoles empeñados en descubrir una ciudad afectada por un apagón que dejó sin luz a casas, negocios y semáforos.

Nueva York, la ciudad de los rascacielos.

Lo primero que me sorprendió al cruzar el puente de Williamsburg fue ver cómo el tráfico se sobreponía a la falta de señales y funcionaba con relativa normalidad y civismo. La verdad es que fue toda una experiencia poder recorrer las calles vacías de Chinatown y Little Italy, normalmente abarrotadas de comerciantes y turistas.

El panorama era más desolador a medida que nos acercábamos a la zona portuaria, donde por fin pudimos observar los verdaderos efectos del Sandy con árboles caídos, escaparates rotos y sacos de arena aposentados en calles mojadas con restos de gasolina.

Desde South Street Seaport bordeamos el Lower East Side -«where it’s not pretty» (como reza la canción de Hazen Street)- y cruzamos el famoso puente de Brooklyn. Allí nos dirigimos al mirador de Brooklyn Heights para revelar una estampa insólita: Manhattan sometida a la oscuridad. La negrura se extendía varios bloques, hasta llegar al Empire State y Broadway, que iluminaban desafiantes como diciendo «el show debe continuar».

Sandy vació las calles de Nueva York.

La larga pateada de los españoles tuvo su recompensa en el restaurante Grimaldi’s, donde devoramos dos grandes pizzas cocinadas en horno de ladrillo.

Miércoles 31: El día de la marmota
El que iba a ser mi último día de trabajo en Toronto, que además coincidía con la noche de Halloween, empezó con más de lo mismo: cancelaciones y suspensión del transporte público. Esta vez entramos en Manhattan con taxi pero la visita sólo sirvió para aumentar las frustraciones.

En la Quinta Avenida, la gente iba de compras como si nada hubiera sucedido pero la lentitud del tráfico delataba que la ciudad aún estaba en estado de shock. Mientras unos visitaban el Empire State, otros retomamos el largo camino a Brooklyn procediendo por calles oscuras tan sólo alumbradas por las sirenas de los bomberos y el ocasional taxi.

Las inundaciones obligaron a suspender el servicio de metro.

En el puente de Williamsburg conocí a un residente de Coney Island que aseguraba que las autoridades no habían previsto las consecuencias del desbordamiento del río Hudson, lo cual inundó las infraestructuras subterráneas, dejando sin electricidad y transporte a los neoyorquinos.

Por la noche, repetimos la ceremonia de cervezas en los sofás del hostal y vivimos los coletazos de Halloween en un bar cercano.

Jueves 1: Susto, desesperación y retorno
Mi segunda noche durmiendo de escondidas en el hostal acabó con sobresalto al oír los pasos de un nuevo huésped entrando en la habitación donde había pernoctado. Aún no sé cómo logré escabullirme de la situación pero el caso es que lo conseguí.

Los sacos de arena se amontonaban la zona portuaria.

Mis ganas de marchar de una vez por todas del hostal y de la ciudad sólo se vieron frenadas por la parsimonia de Jorge, a quién pude haber estrangulado varias veces durante el día.

Finalmente, hice mi propio camino a la estación de autobuses y, como la gallinita roja, conseguí los billetes de vuelta a Toronto, una ciudad a la que deseaba volver como un amante arrepentido. Con más tiempo y menos estrés, me hubiera dado un homenaje en el MOMA, pero el horno no estaba para bollos y tocaba salir cuanto antes.

La desesperación por regresar no impidió que admirara el humor agresivo y la capacidad de adaptación de los neoyorquinos, inconformes con que una tormenta alterara su ritmo de vida. Nada lo resumía mejor que el cartel de una tienda: “tenemos linternas y café”.

El huracán Sandy causó desperfectos en la zona costera.

La odisea en Nueva York acabó el jueves por la tarde en un Greyhound Bus conducido por un simpático californiano que explicó el itinerario y se ofreció a solventar cualquier posible incomodidad de los pasajeros.

A las seis de la mañana del viernes, el familiar skyline de Toronto, con la CN Tower en ‘pole position’, indicaba que había llegado a casa. La cuenta atrás de mi estancia en Canadá había sido reducida drásticamente por Sandy y ahora quedaban pocas horas para despedirme del que ha sido mi hogar durante los últimos siete meses.

Publicado en Escapadas, Noche, Uncategorized, USA, Viajes | Etiquetado , , , , , , , , , , | 8 comentarios

Agradecimientos otoñales

 

High Park en Otoño.

Vigesimosegunda entrada. Escribo estas líneas estrenando mi condición de tío treintañero. El cambio de década y de estatus familiar ha ocurrido tan repentinamente como apareció el otoño para reemplazar un verano traicionero que, como siempre, se marchó sin avisar.

Octubre se ha presentado con temperaturas bajas y días grises pero también ha dado un nuevo colorido a los árboles que, con el sol asomando tímidamente, llenan el paisaje urbano de espectaculares rojos y amarillos.

Mientras tanto, en el cercano río Humber, los salmones luchan contra la corriente que les trata de impedir un destino inevitable: la muerte. Es una época de cambios que quizás esté afectando ligeramente mi prosa, aunque culparé de ello a dos galanes y a un periodista paria.

En tres semanas acabará mi aventura canadiense y volveré a ese abismo que llamamos España. Sin ánimo de caer en lamentaciones fútiles, he de reconocer que de un tiempo a esta parte tengo la extraña virtud de disfrutar del presente con nostalgia. En otras palabras, estoy echando de menos este país estando aún en él y exprimiendo al máximo mis ratos de ocio.

Esta semana, sin ir más lejos, he ido al partido de baloncesto de los Raptors contra el Real Madrid, he visto un emotivo documental sobre la situación de los homosexuales en Uganda –Kall Me Kuchu-, he tomado unas cervezas con los couchsurfers en Sneaky Dees y acabo de asistir al recital de Regina Spektor. Una semana completita.

Todo ello sin contar que recibí durante el fin de semana la visita de Alejo, mi amigo de Washington, que se lo pasó en grande jugando a fútbol con los españoles en pleno Queen Street, en una noche de sábado que pasará a la historia por el balonazo que Jorge estampó perfectamente contra la ventanilla de un taxi.

Ese estelar chut fue el preludio del Barça-Madrid, el partido que menos me interesa del calendario futbolístico internacional pero que aproveché para regar con una exquisita sopa francesa y una buena pinta de Mill Street Cobblestone Stout en un pub irlandés, Scallywags.

La noche del domingo celebramos Acción de Gracias en petit comité en casa de Emily, una canadiense encantadora que es fan de Arcade Fire y Social Distortion. Tanto ella como Astrid prepararon una abundante cena en la que substituimos el manido pavo por pescado. Creo que ese fue un buen colofón para el fin de semana de Alejo, con quien ya comparto anécdotas dignas de la época de nuestros padres.

Supongo que el Día de Acción de Gracias -que en Canadá se festeja un mes antes que en EE.UU.- acentuó esa “nostalgia del presente” que sospecho que me acompañará hasta mis últimos días en el país de la hoja de arce. El detalle de Emily de invitar a cuatro ‘expatriados’ a su casa y compartir con nosotros los recuerdos de un día tan especial para ella me motivan a enviar unos cuantos agradecimientos que van dirigidos a los que han hecho de mi experiencia canadiense una vivencia inolvidable.

Pienso en Astrid, que empezó como compañera de periodismo y se ha convertido en mi mejor amiga en Toronto. Gracias a ella también conozco, entre otros, a la dulce Emily y a la alocada Ali. También tengo que agradecer a la comunidad de couchsurfers, empezando por Don, que me acogió los primeros días y que me invitó a una maravillosa cena a finales de septiembre, y siguiendo con grandes personajes como Todd, Eddy, Matthias, Dan, Jon, Carlos, Agnieszka, Julieta, Oriol, Sofía, Dominic, Suhail, Zoubin, Priyanka y Katarina, por citar unos cuantos.

Si no he añorado mi casa es porque aquí he conocido a españoles de primera clase que me recuerdan lo mejor de España. Desde mis amigos de la Eurocopa –Alfredo, Alberto, Gonzalo, Rubén, David, Elena y Teresa– hasta los que ahora considero mis auténticos camaradas, el periodista paria Jorge y el ingenioso ingeniero Alejandro, cuyo humor sólo se cultiva en tierras españolas. Tampoco quiero olvidarme de Gala y Priscila, de la experta en tenis Ashleigh, ni de Alejo y Marie-Eve, que me descubrieron Washington y Montreal.

También quiero reconocer a Danielle, Chang, Derek, Chris, Jodi, Ian, Andrew, Siobhan, Matt, Gaelle y todos los que han animado los jueves con el partidito semanal de touch-rugby.

Del trabajo no suelo hablar mucho pero me gustaría recordar la generosidad de Elia, la amabilidad de la uruguaya Elisabeth y, porqué no, a Eduardo por darme la oportunidad de estar en Toronto (vía Núria). También quiero citar a otros tres colombianos, el todoterreno Ciro, Alfredo y Juan Ríos, conocido como el Cónsul de Cúcuta. Otro clásico es el gnóstico Jim Ross, el hombre que nunca bota, con quien nos hemos echado unas cuantas risas.

Como se suele decir en estos casos, no están todos los que son pero sí son todos los que están.

Por último, y a riesgo de sonar ñoño, quisiera agradecer a los que se han preocupado por seguir mis pasos en Canadá. No voy a regurgitar más nombres porque -como habréis podido comprobar- es receta para mala lectura y me dejaría una lista de olvidados. Aún así, me permitiré la excepción de mis padres -siempre fieles con sus cartas-, de los Mollo-Blanco, que se acordaron de mi para mi cumpleaños, y de mi hermana Emily, que me ha dado un pequeño motivo para cruzar el Atlántico. Welcome to the world, Liam!

To have reached thirty is to have failed

Publicado en Cine, Comida, Cultura, Música, Naturaleza, Noche | Etiquetado , , , , , , , , , | 3 comentarios

Días de Cine en TIFF

Victoria Guerra, un descubrimiento en 'Lines of Wellington'.

Vigesimoprimera entrada. Cada septiembre, Toronto atrae la atención de la prensa internacional gracias al TIFF, el que es considerado por muchos como el festival de cine más importante de Norteamérica. Por tamaño y por cantidad de estrellas, no hay duda que es uno de los grandes certámenes del mundo aunque, a nivel personal, siempre me quedaré con el ambiente familiar y los buenos recuerdos del Festival de Cine Fantástico de Sitges.

Gracias a Sitges, soy un amante del cine y es por ello que decidí apuntarme como voluntario al TIFF, pensando que viviría una experiencia intensa que ayudaría a paliar mi primera ausencia en el Auditori desde 1999, el año de ‘Ringu’ y ‘The Blair Witch Project’. Sin embargo, quizás por la inevitable comparación con mi festival, el TIFF ha resultado un poco decepcionante.

El primer contacto con el festival, dejando de lado ruedas de prensa, fue la sesión preparativa que se hizo a finales de agosto. Allí decidí mis preferencias a la hora de trabajar -departamentos o teatros- y, días después, recibí un email confirmando mi asignación. A mi me tocó la sede del festival, el TIFF Bell Lightbox, un moderno edificio en ‘downtown’ Toronto que alberga cinco salas de cine, restaurantes y galerías.

Una vez aceptado como voluntario, tuve que inscribirme a un mínimo de cuatro turnos de trabajo. Por cada turno realizado, el voluntario recibe un vale que puede canjear por una película, dentro o fuera del festival. Al final completé seis sesiones durante las que sólo pude ver una película completa. Primera decepción.

La parte positiva es que pude ver cómo funciona un gran evento como el TIFF, que cuenta con más de 2.000 voluntarios. Algunos de ellos son ‘capitanes’, es decir, que distribuyen y coordinan a los demás voluntarios. Encontré que muchos se tomaban su trabajo demasiado en serio, olvidando que estaban en un festival de cine. Me dio especial rabia una que me reveló de mi posición de acomodador justo cuando me tocaba ‘The Lines of Wellington’, una película sobre la resistencia de portugueses e ingleses contra las tropas napoleónicas que acabé viendo el segundo fin de semana.

En mi primer día de trabajo, estuve organizando filas y vigilando la salida del rapero Snoop Dogg quien, con bastón en mano y rodeado de su cuadrilla, venía de presentar una película.

Al día siguiente, me tocó romper entradas para el documental de Sarah Polley, que acudió al cine acompañada de sus padres, su marido y su bebé. Ese día me crucé, por casualidad, con Dustin Hoffman pero allí acaba mi codeo con los famosos, que suelen hacer visitas-relámpago a Toronto. Eso sí, vienen todos, desde Johnny Depp y Tom Hanks hasta Halle Berry y Penélope Cruz.

El primer domingo me perdí las estrellas de Hollywood por culpa de una larga noche de sábado con los españoles (era la despedida de Alfredo). Esa ausencia me supuso el veto a la fiesta del último día, un contratiempo que, evidentemente, supe arreglar con astucia.

Entre semana, hice un par de entrevistas para el diario -una a los directores del ‘thriller’ paraguayo ‘7 Cajas’ y la otra al director de ‘Elefante Blanco’, dos buenas películas- y completé un turno al lado de unas voluntarias que apenas abrían la boca.

El viernes fue más divertido porque las voluntarias eran más dicharacheras, especialmente Zeke, una aspirante a actriz que me recomendó probar un bagel de jalapeño en Tim Hortons (el Starbucks de los pobres). El sábado aproveché para ver la española ‘Painless’ pero las pelis buenas las vi el domingo junto a Agnieszka, una amiga polaca que conozco por couchsurfing.

‘State 194’ es un documental sobre el proceso de petición de Palestina como estado miembro de la ONU que me pareció fascinante. Me gustaron especialmente las voces de una bloguera palestina, una activista israelí, un judío americano y el padre de un soldado israelí asesinado que eran capaces de criticar la postura de “los suyos”. Si una cosa me quedó clara es el sinsentido de los asentamientos judíos. Como decía un miembro de J-Street, es como debatir cómo repartirse una pizza mientras una de los implicados se la va comiendo. Buena analogía.

Tom Carroll y Ross Clarke-Jones, los protas de 'Storm Surfers 3D'.

Otro documental que disfruté, aunque con un tono muy diferente al anterior, fue ‘Storm Surfers 3D’, que seguía las aventuras de dos surferos de 40 y tantos en busca de las olas más grandes de Australia. Al final de la proyección, el director de la película habló con uno de los dos protagonistas, provocando risas y buen rollo entre el público.

La verdad es que me sabe mal haberme perdido tantas películas y tantas presentaciones que seguro que valieron la pena. Aunque el TIFF sea muy comercial, la programación es tan extensa que da cabida a documentales y películas independientes. Lo que distingue Toronto de otras ciudades es que la gente llena las salas y eso que los precios rondan los $20 por sesión.

La buena asistencia y la excelente organización ya la había notado en el Hot Docs a finales de abril. La mayoría de entradas anticipadas se agotan rápidamente pero siempre queda la posibilidad de hacer cola en el ‘rush line’, donde se ponen a la venta las entradas de aquellos que no acuden al cine pese a tener asiento pagado. Esta especie de ‘overbooking’ al revés funciona muy bien porque garantiza que los cines se llenen y que el espectador paciente vea su película.

Los espectadores, además de cinéfilos, suelen ser bastante amables y en más de una ocasión nos ofrecieron sus entradas sobrantes. Otros no son tan benévolos, como un hombre que se cabreó con un lento documental sobre arquitectura. Tras una hora aguantando planos fijos de edificios en París y Argel, el señor se levantó y declaró delante de todos que la peli era una mierda y una pérdida de tiempo y dinero. En honor a la verdad, no iba muy desencaminado.

Y llegó la noche de la fiesta. Se celebró un lunes, el día después de un festival que terminó sin pena ni gloria. Mi único objetivo era pasarlo bien y aprovechar la barra libre del Phoenix, una sala de conciertos que alquiló el TIFF para el evento. Cuando llegué, sobre las 9 de la noche, tomé la última gota de vodka que quedaba en el local, por lo que decidí pasearme por las demás barras coleccionando vasos de vino, que era lo único que quedaba disponible (de birras ya estoy cansado).

No dudo que la organización del TIFF tirase la casa por la ventana para los invitados de lujo, pero los pobres voluntarios tuvimos que conformarnos con un vino muy peleón que me acabaría pasando factura. Recuerdo tener una conversación muy civilizada con Agnie y pasar un rato con José, un mexicano que estaba enamorado de la película ‘Blancanieves’. Recuerdo vagamente despedirme de Agnie y, tras eso, empezó la amnesia.

Al día siguiente, Agnie me dijo que tenía una resaca del copón y José me contó que había sido asaltado por una muchacha, se había metido en una pelea callejera y había sido abordado por un tío que juraba haber escapado de un siniestro sótano. Por mi parte, perdí el metropass, me desperté en casa ajena y me fui a trabajar. ¿En qué momento enloqueció la noche? ¿Qué tenía ese vino peleón? ¿Y cómo se explica la amnesia con sólo cinco copas? Esto me suena a una peli…

In vino veritas

Publicado en Cine, Cultura, Festivales | Etiquetado , , , , , , , , , , | 2 comentarios

Oda a High Park

Vistas al jardín de la hoja de arce y a Grenadier Pond.

Vigésima entrada. Hoy quiero hablar de un lugar que me tiene enamorado desde que llegué a Toronto. Hablo de High Park, un espacio natural de 161 hectáreas que me espera a cinco minutos de casa, en el oeste de la ciudad.

He tenido la suerte de conocer este parque en la primavera, justo cuando alumbraban los cerezos en flor, y he disfrutado de sus jardines en los calurosos días de verano. Ahora queda por ver si me sorprenderán sus colores de otoño, aunque dudo que esté a tiempo de experimentar su frío invernal.

El buen tiempo adelantó los cerezos en flor a abril.

Desde mi llegada, el parque me ha ofrecido una buena vía de escape a la rutina urbana, ya sea para salir a correr, dar un paseo en bici o refugiarme bajo el cobijo de sus robles. El terreno es tan extenso que me permite descubrir nuevos rincones en cada visita.

Entre mis enclaves favoritos está el monte que da al jardín en forma de hoja de arce -el símbolo de Canadá- y la preciosa laguna de ocas, cisnes y patos de Grenadier Pond. Este paisaje transmite paz y tranquilidad y tan sólo el ruido lejano de los coches y un par de edificios mal situados insinúan la cercanía de la gran ciudad.

Los cerezos en flor, un espectáculo natural digno de ver.

En el interior del parque, abundan las grandes extensiones de césped, donde se reúnen familias y grupos de amigos para jugar y disfrutar de la naturaleza.

Durante el verano, además de picnics y barbacoas, los visitantes pueden darse un baño en la piscina al aire libre -de acceso gratuito- y practicar todo tipo de deportes. El parque dispone de canchas de tenis, campos de fútbol, pistas de baloncesto y redes de béisbol. En invierno, empieza la temporada de hockey y de patinaje sobre hielo.

El parque también cuenta con su propio zoo, donde los búfalos y las llamas son el gran atractivo para los niños, y en las zonas boscosas se han delimitado áreas para que los perros puedan pasear sin correa (“off-leash”). Quienes campan a sus anchas por High Park son las ardillas y los mapaches, que aparecen de noche en busca de comida.

Shakespeare In High Park se viene celebrando desde hace 30 años.

Escondido entre el follaje está el anfiteatro, que cada verano recibe a los actores y duendecillos de ‘Sueño de una Noche de Verano’. El entorno natural y los sonidos del atardecer transportan al espectador a la fantasía de Hermia, Lisandro, Demetrio, Helena y compañía. A la función se accede por donativo, así que los amantes al teatro pueden repetir ‘Shakespeare In The Park’ las veces que quieran.

No obstante, el sueño veraniego acaba tan pronto como llega el mes de septiembre. Los canadienses asumen que Labour Day, el día del trabajador que aquí se celebra el primer lunes de septiembre, marca el final del verano.

Este domingo aproveché para darme un último chapuzón en la piscina de High Park antes de dirigirme hacia Lakeshore para el concierto de Offpring, un grupo que ha sellado mi gusto musical desde la adolescencia.

Un buen lugar para soñar.

Si realmente era el adiós al verano, no pudo haber elegido mejor día. La luz de la tarde iluminó de una forma sobrecogedora mi paseo en bici por el frente marítimo. Aquello me produjo una extraña sensación de emoción y de pena, de alegría y de tristeza, por la belleza marchita.

It’s Do-Re-Mi and dust to dust, soon we all must part

Publicado en Barrios, Deportes, Naturaleza | Etiquetado , , | 6 comentarios

Montréal

Vistas de downtown Montreal desde la montaña.

Decimonovena entrada. Después de varios meses, por fin realicé la anhelada escapada a Montreal. Había oído hablar maravillas de esta ciudad, la segunda más grande en Canadá después de Toronto. Debido a su legado francés -forma parte de la provincia de Québec-, siempre ha recibido comparaciones con las grandes capitales europeas. Es cierto que es una ciudad digna de visitar pero, de ahí a calificarla como la París de Norteamérica hay un trecho.

Viernes 24 de agosto
El viernes por la mañana salí de la estación de autobuses de Toronto y llegué a Montreal hacia el mediodía, cubriendo por el camino poco más de 500 kilómetros, una distancia corta para este continente.

Lo primero que hice fue ir a casa de Marie-Ève, una estudiante québecoise que me ofreció alojamiento a través de couchsurfing. Aproveché que ella tenía que adelantar un poco de trabajo para darme un paseo por su barrio, Outremont, un lugar precioso donde viven muchos ‘hipsters’ y judíos. Atraído por el olor, entré en una pastelería judía frecuentada por la comunidad hebrea y tomé un bocado hecho a base de hojaldre y patata. Desconozco el nombre pero estaba riquísimo. Luego seguí caminando por las faldas de Mont Royal, la montaña que da nombre a la ciudad, en medio de una tarde calurosa.

Pintura mural cercana a St. Louis Square.

Más adelante quedé con Marie-Ève, una activista de Greenpeace amante de las bicicletas y defensora de la lucha estudiantil, para ir a la explanada del parque olímpico. Allí se celebraba la primera edición de Expérience MTL, un festival que me permitió descubrir grupos locales como Canailles, Malajube y Galaxie. Me gustó especialmente Canailles, un octeto de cajun-folk cuya cantante tenía una voz ronca que chocaba con su imagen de chica mona. Me sorprendió que el festival, por donde pasarán Public Enemy y Jello Biafra, tuviera tan poca respuesta de público, teniendo en cuenta el precio irrisorio de las entradas ($6).

Al acabar los conciertos, quedamos con unos amigos de Marie-Ève para tomar unas cervezas en la terraza de L’Esco, un local en la Rue Mont-Royal, una de las calles más animadas de la ciudad. Es aquí cuando empecé a habituarme al acento québecois, una variante del francés en la que cambian mucho las vocales y la pronunciación de ciertas palabras.

Calles adoquinadas de Vieux-Montréal.

También pregunté por la política -estaban a 10 días de las elecciones- y averigüé sobre el sentimiento independentista de la mayoría francófona. Fue interesante escuchar los razonamientos de Kevin y Nicolas acerca de porqué se sienten québecois y no canadienses y cuál era su relación con el resto del país. En este sentido, reconozco que la cultura anglófona y la francófona son muy diferentes -empezando por la lengua- y es normal que haya un distanciamiento entre ambas. En cualquier caso, agradezco a los locales haber podido hablar en francés durante todo el fin de semana, sin necesidad de recurrir al inglés.

Parada de paella en Boulevard Saint Laurent.

Animado por los amigos de Marie-Ève, pude probar mi primer poutine, un plato tradicional que consiste en patatas fritas, salsa de carne (gravy) y queso. Quizás sea una guarrada gastronómica pero, a las tres de la madrugada en chez Rapido, sentó genial. El lunes lo volví a probar en La Banquise y no fue lo mismo.

Tras una breve parada en la tienda de bagels para el desayuno del día siguiente, dejamos las bicis en casa y me fui directo a la cama.

Sábado 25 de agosto
El sábado me levanté tarde, desayuné una excelente tortilla orgánica cortesía de mi anfitriona, y me fui a conocer downtown Montreal. Bajé por la calle St. Laurent aprovechando que había un mercadillo, el Mix Arts. Me fijé en, por lo menos, tres centros sociales españoles e incluso pasé por delante de una parada de paellas. El ambiente del mercadillo era agradable pero no vendían nada fuera de lo común.

La catedral de Notre-Dame de Montréal.

Caminé por el distrito financiero -una aglomeración de edificios altos sin personalidad- hasta llegar a la Place d’Armes, el inicio del casco antiguo. Es cierto que las calles de Vieux-Montréal tienen un marcado carácter francés que personalmente me encanta, pero no deja de ser un centro turístico rodeado de modernos rascacielos. Las calles adoquinadas, el Marché de Bonsecours y la basílica de Notre-Dame, junto al paseo marítimo, le dan a Montreal una ventaja respecto a otras ciudades como Toronto, eso sí, a costa de turismo.

Músicos en el mercado tradicional.

Durante mi paseo matinal, tuve la suerte de coincidir con un mercado artesanal donde los productos tenían buena pinta pero, como ocurre en estos casos, los precios eran caros. Yo me quedé con las canciones tradicionales de Québec, divertidas historias de amores y licores.

Los parques y las plazas de Montreal, entre lo mejor.

Después de muchas vueltas y, previo paso por el supermercado para comprar cerezas y cervezas, me reuní con Marie-Ève y un grupo de amigos que hacían un picnic en el magnífico parque La Fontaine. Allí había gente jugando a petanca, lanzando frisbees, tocando instrumentos o, simplemente, estirándose en la hierba en buena compañía.

De los nuevos amigos, me cayó especialmente bien la pareja Alex & Alexandra. Ella es una horticultora muy simpática que trajo unos ‘bleuets’ riquísimos. Entre charlas, comida y juegos de cartas, se nos hizo de noche. Tomé una última pinta con Marie-Ève en el Benelux, un bar en downtown con cerveza propia. Por lo visto, las ‘microbrasseries’ son tan comunes en Montreal como las ‘microbreweries’ en Toronto. Tras deambular solo por la zona de marcha de Saint Catherine y Saint Laurent, decidí volver a casa.

Domingo 26 de agosto
El domingo por la mañana amaneció nuevamente con buen tiempo y me acerqué al mercado Jean Talon, situado en el barrio italiano. Me pareció un mercado muy genuino, lleno de productos de temporada: maíz, tomates, cerezas, uvas, melones, etc.

Contraste de épocas.

Me topé con una demostración de pasta fresca, que pude degustar con una salsa de tomate y de pesto recién elaborada. La cocinera dijo que nunca hay que ponerle pimienta al plato de pasta, tal y como hacen en algunos restaurantes italianos con ese exagerado molinillo de pimienta. Buen consejo.

Para comer, me compré una ‘cochinita’ mexicana servida por una chica colombiana y, aprovisionado de uvas y cerezas de Ohio, me dirigí a la montaña. El calor apretaba pero las vistas sobre la ciudad desde el observatorio valieron la pena. Al bajar, unos seguían con el Tam-Tam -una batucada colectiva que se organiza los domingos a pie de montaña- y otros se imbuían en extrañas batallas medievales.

Con calma, fui descendiendo hasta el parque Laurier, donde centenares de bañistas se aglomeraban en la piscina pública. Soy un gran aficionado a los parques, ya sean grandes espacios como La Fontaine o pequeños rincones como el Square St. Louis. También me gusta acudir a sitios frecuentados por locales. Ese fue el caso de Vices et Versa, el pub preferido de Marie-Ève.

Entre una lista de treinta variedades de cervezas, me decanté por la Gaelique Cream Ale, un brebaje tostado y amargo que me encantó, y eso que no soy muy cervecero. Acompañé la bebida con una hamburguesa de bisonte de Québec. El bonito patio y el buen ambiente que se respiraba confirmaron el Vices & Versa como la elección perfecta para acabar el fin de semana.

Lunes 27 de agosto
El lunes me despedí de Marie-Ève y zigzagueé por las calles más conocidas de Boulevard Saint Laurent (rue Mont Royal, Saint Denis, Saint Urbain, Rachel, Duluth). No me resistí a tomar un ‘pain au chocolat’ mientras observaba la particular estructura de las casas con su escalera exterior.

Las escaleras externas, un símbolo de la ciudad.

Al optar por comer en La Banquise, tuve que descartar otros restaurantes que me habían recomendado pero que visité igualmente para futuras referencias. Estos son Schwartz’s, y Slovenia, especialistas en carnes ahumadas, y los portugueses Brasa y Romados, una rôtisserie conocida por sus pollos asados.

De camino, revisité el Square St. Louis y el Parc La Fontaine, esta vez bajo amenaza de lluvia. Al ser lunes, tuve que renunciar a los museos -me hubiera gustado pasarme por el Centre d’Historie de Montreal y el Musée des Beaux-Arts– y retomé la ruta de la montaña, pasando esta vez por la Universidad de McGill (pronunciado “Miguel” en inglés). Se trata de uno de las cuatro grandes universidades de la ciudad, siendo las otras Concordia, Université de Montreal y UQAM.

Cuando pasé por la anglófona McGill, los alumnos estaban preparando la rentrée, que llega tras un final de curso marcado por las protestas estudiantiles debido al aumento de las matrículas. El descontento sigue latente, especialmente entre las carreras más liberales y los estudiantes francófonos.

Camino de Mont Royal.

Mi segunda escalada a Mont Royal acabó en el Lac aux Castors, un lago artificial que, desgraciadamente, estaba en obras. Por culpa del tiempo, tanto físico como meterológico, desistí en mi intento de subir al Oratoire Saint-Joseph y descendí hacia el centro entre lo que parecía ser la Pedralbes de Montreal. De ahí tomé el autobús de vuelta y, pasada medianoche, ya estaba en casa.

El día gris no empañó lo que fue un buen fin de semana que me sirvió para desconectar de Toronto y conocer otra ciudad y otra cultura. Merci Montreal!

Publicado en Cultura, Escapadas, Música, Noche, Uncategorized, Viajes | Etiquetado , , , , , , , , | 3 comentarios

Un día en las islas

Skyline de Toronto desde el lago Ontario.

Decimoctava entrada. Con cerca de dos millones y medio de habitantes, Toronto es la ciudad más grande de Canadá y la quinta más poblada de América del Norte. Sin embargo, sólo hace falta un viaje de 15 minutos en barco hacia Toronto Islands para aislarse del bullicio urbano.

Hacia allí me dirigí el sábado junto a Jorge, mi compañero de trabajo y de salidas nocturnas, y Sofía, una extremeña muy simpática que está llegando al final de su estancia en Canadá.

El acceso a las islas, que en realidad es una isla rodeada de pequeños islotes, es muy sencillo. Pagando siete dólares, obtienes un billete de ida y vuelta válido para todo el día. Al ferry pueden subir cochecitos de bebé y bicicletas, el único medio de transporte permitido en las islas si exceptuamos tándems, kayaks, canoas y pequeñas embarcaciones.

La frecuencia de los ferrys, al menos en verano, es muy alta y parten desde Harbourfront con destino al centro y los extremos de la isla. En el oeste, existe un diminuto aeropuerto, Toronto City Centre Airport, que se utiliza para vuelos internos. Pero ni el aeródromo ni la proximidad con downtown Toronto impiden sentirse durante unas horas fuera de la gran ciudad y, por esa razón, acuden muchas familias a pasar el día, ya sea haciendo barbacoas, practicando deportes o, simplemente, relajándose en el césped y en las playas.

Aprovechando el sol y el buen tiempo, me di un baño en el lago Ontario y al fin me reencontré con esa sensación de libertad que produce nadar en la naturaleza. La única diferencia con, por ejemplo, el Mediterráneo, es que el agua era dulce y que tenía vistas a la CN Tower, esa torre que domina el ‘skyline’ de Toronto. Fue un gusto bañarse en el lago, que no estaba ni sucio ni frío, aunque me entran escalofríos sólo de pensar en cómo será en invierno.

Tras el baño y el paseo en bici, me reuní con Alejandro, un madrileño muy enrollado que trabaja como ingeniero en el metro de Toronto, y su novia italiana, Silvia. Antes de “volver al continente” -como diría Jorge-, tuvimos tiempo de saludar a más españoles que están ganándose la vida en Canadá y nos hicimos las fotos de rigor con el ‘skyline’ de fondo.

La jornada acabó en un restaurante en Koreatown que sirvió para reponer fuerzas después de tantas horas de sol y de buenas vibraciones en las islas. Aunque dicen que el verano toca a su fin, algo que se empieza a notar por las noches, el buen tiempo aguantó todo el fin de semana.

El domingo lo despedí junto a Sofía en el concierto de Teenage Bottlerocket en el legendario Horseshoe Tavern. Allí tuve la descarga de adrenalina necesaria para afrontar una nueva semana de mi aventura canadiense. Próximo destino: Montreal.

Publicado en Escapadas, Viajes | Etiquetado , , , , , | Deja un comentario

Aces y jonrones

Exterior del Rexall Centre, con el cartel de Milos Raonic, el héroe local.

Decimoséptima entrada. En las últimas semanas, he recibido un par de visitas que me han alterado (positivamente) la rutina y que han compartido un pedazo de mi estancia en Canadá. Hoy contaré la experiencia deportiva en el tenis y en el béisbol.

El mes de agosto empezó con la ilusión de poder cubrir el Rogers Cup, un importante torneo de tenis que se celebra cada verano entre Toronto y Montreal. Este año le tocaba a Toronto la competición masculina y, desde hacía varios meses, la ciudad se había empapelado con los carteles de los cuatro grandes: Federer, Nadal, Djokovic y Murray.

Desgraciadamente, el torneo de este año venía justo después de las Olimpiadas de Londres -gran papel de los británicos, por cierto- y eso ha afectado mucho la competición.

Vista de la pista central desde el Fanzone.

El primero en caer fue Nadal, que ya había renunciado a los Juegos Olímpicos que se disputaban en las pistas Wimbledon, y a él le siguió Federer, quizás el mejor tenista de la historia, alegando cansancio. Los que sí se presentaron tras los JJOO, llegaron agotados y cayeron en las primeras rondas (Tsonga y Del Potro) o se retiraron (Murray). Para más inri, a media semana empezó a llover y se tuvieron que aplazar muchos partidos. Al final, ganó el mejor, que era Djokovic, y estoy seguro que nunca volverá a ganar un Master 1000 de forma tan fácil.

En cualquier caso, y pese a la decepción de no ver a las grandes raquetas en acción, me encantó la experiencia de trabajar en un gran torneo deportivo. Al primer fin de semana en el Rexall Centre, a las afueras de Toronto, acudí con Oscar, toda una enciclopedia del tenis. Allí vimos el show de los Harlem Globetrotters, ese equipo de básquet que convierte el deporte en un circo. Después, nos dimos una vuelta por las pistas exteriores para ver las rondas clasificatorias. Recuerdo que hizo un sol de justicia, con más de 33 grados, y que tuve la suerte de conseguir refrescos en el Centro de Prensa.

Del Potro, Murray y Tsonga, en rueda de prensa.

Volví al Rexall Centre, en York, el martes. Vi un par de partidos matinales y el duelo nocturno de Milos Raonic, el ídolo local. Entre medio, trabajé desde el centro de prensa y asistí a varias ruedas de prensa. La más graciosa fue la del escocés Andy Murray, que acababa de ganar la medalla de oro en Londres pero que no demostraba ningún tipo de emoción al narrar precisamente eso, su alegría.

Marcel Granollers realiza un saque en una de las pistas exteriores.

La ausencia de Federer no impidió que disfrutara de su patrocinador, los chocolates Lindt. Cada vez que entraba en el centro de prensa, allí estaban esas chocolatinas para tentarme. En el mismo vicio cayó Ashleigh, una chica de Toronto que estaba acreditada por un medio suizo y con la que acabé viendo la mayoría de partidos. En general, noté que había bastantes españoles entre el público y, curiosamente, la chica que organizaba entrevistas para la ATP era de Barcelona. Sin embargo, la presencia de la ‘armada española’ en las pistas se redujo al ‘periquito’ Marcel Granollers, que llegó a la final de dobles con Marc López.

Aspecto de la pista central desde la zona de prensa.

El domingo, Novak Djokovic ganó la final individual fácilmente ante Richard Gasquet, una eterna promesa del tenis francés que tiene un bonito revés pero poca mentalidad ganadora. Al partido llegué después de ver el béisbol en el Rogers Centre -en downtown Toronto- con Astrid, Jorge y Laieta, que vino desde EE.UU. para pasar el fin de semana.

Exterior del Rogers Centre, casa de los Blue Jays.

Es la segunda vez que veo en directo a los Blue Jays y, en esta ocasión, ganaron a los todopoderosos New York Yankees por 10 a 7, todo un hito para los locales, que se conformarían con llegar a los play-offs, mientras que los visitantes aspiran a ganar la World Series.

Tanto en la derrota de mayo contra los Mets como en la victoria de agosto ante los Yankees, reconozco que viví momentos de tensión. Como deporte, el béisbol me gusta y, aunque dure alrededor tres horas, no se me hace largo. En comparación con el cricket, todo pasa muy rápido.

La clave es entender la diferencia entre un ball -cuando el pitcher lanza fuera del área de golpeo- y un strike -cuando el bateador erra un tiro-. A partir de ahí, hay que saber que tres ‘strikes’ suponen la eliminación del jugador (out) y que tres exclusiones obligan a cambiar de equipos (innings).

El estadio de los Blue Jays tiene una cúpula retráctil que permite jugar sin lluvia.

La emoción llega cuando el bateador conecta con el balón y corre hacia las bases. Si el golpeo es bueno y va fuera del terreno de juego, allí llega el famoso ‘home run’, una suerte de “vuelta al ruedo” que los latinos llaman jonrón. El domingo hubo uno para los Blue Jays y dos para los Yankees, cuyo jugador más peligroso, a juzgar por los silbidos, era Derek Jeter. Me alegro que perdieran los ricos.

Bueno, llevo casi un mes sin publicar nada y ya veo que me extiendo demasiado. Espero actualizar el blog con más frecuencia y hablar de Toronto más allá del deporte y de la música. Si el tiempo y el dinero me lo permiten, intentaré salir de la ciudad y cruzar nuevas fronteras antes de la temida vuelta a casa.

Tennis is a game where love means nothing

Publicado en Deportes | Etiquetado , , , , , , , | Deja un comentario

Warped Weekend

Lostprohets cantando "Burn, Burn".

Decimosexta entrada. Hoy ha sido un día especial porque me he «estrenado» en el Warped Tour. Estoy hablando del festival itinerante de música alternativa más grande de Norteamérica, por el que han pasado desde 1995 bandas como Green Day, NOFX, Blink-182 y Rancid. Actualmente, el evento ha crecido mucho y se incluyen muchos grupos comerciales, sobre todo de pop y de hip-hop, pero el cartel sigue manteniendo el espíritu punk de su creador, Kevin Lyman.

Mi primer contacto con el Warped Tour fue a través de las recopilaciones del 2004 y del 2005. Gracias a esos CD’s, conocí un montón de grupos nuevos, algunos de los cuales -Taking Back Sunday, Yellowcard y Anti-Flag- he podido ver en directo este domingo.

Tengo que confesar que llegué al Warped temiendo lo peor, es decir, una maquinaria corporativa donde la música sería lo de menos y donde primaría la promoción descarada de artistas, sellos y patrocinadores. Es cierto que hay un poco de eso, pero se hace dentro de la filosofía artesanal del punk y respetando a los fans, que son cada vez más jóvenes (y tatuados).

La calma antes de la tormenta. Las carpas del Warped.

Lo primero que me fijé al entrar al recinto del Molson Canadian Amphitheatre -donde se ha instalado este año el Warped, al lado del lago- fue la cantidad de tenderetes que habían montado. Cada grupo tiene su carpa para vender merchandising y, además de los esponsors, hay mucha presencia de organizaciones benéficas.

Patt Thetic, de Anti-Flag, comentaba que era precisamente ese aspecto solidario el que justificaba que un grupo tan militante como el suyo acudiera a la cita sin problemas de conciencia.

El concierto acústico de Anti-Flag fue precisamente mi primer gran momento del día. Justin Sane y Chris #2 cantaron, entre otras “This Is The End (For You My Friend)”, “Turncoat”, “Ingrid Bergman”, de Woody Guthrie, y “Should I Stay Or Should I Go”, de The Clash.

Además de la carpa acústica, había otros seis escenarios en el parque, así que era imposible ver a todos los grupos. Casi sin quererlo, me topé con el final del concierto de Lostprohets, que me proporcionaron el segundo gran momento del día con “Last Train Home” y el apoteósico “Burn, Burn”. Me sorprendió saber que era el primer Warped Tour de estos galeses afincados en Los Angeles. En esta ocasión, el carisma de su cantante, Ian Watkins, sirvió para ganarse al público de Toronto.

Streetlight Manifesto pusieron la fiesta con su ska-punk.

Durante la fiesta ska de Streetlight Manifesto, empezó a caer el diluvio universal, que poco después obligaría a suspender temporalmente el festival. Empapado, aproveché ese descanso para entrevistar a G-Easy, un joven rapero blanco de Oakland, y a Emily’s Army, un grupo de adolescentes que tiene entre sus filas al hijo de Billie Joe Armstrong, el famoso cantante de Green Day. La pega es que yo tenía terminantemente prohibido hablar con ellos sobre este «detalle», que es lo único que daría para una buena entrevista.

El batería de Anti-Flac, Pat Thetic, se instala entre el público.

Tras el chaparrón, se reabrieron los escenarios pero, desgraciadamente, los grupos tuvieron que acortar sus ‘sets’. Aún así, disfruté con los ‘cicle-pits’ al ritmo de las proclamas de Anti-Flag: “Fuck Police Brutality”, “Die For Your Government” y “Power To The Peaceful”. Nada más acabar, empezó Yellowcard con su punk con violines, que dejó muy buen sabor de boca al personal. Hubo mucho ‘crowdsurfing’ y mucha presencia femenina en el «barullo».

El colofón de mi primer Warped llegó con el concierto de New Found Glory. Aún tenía el gran recuerdo de su bolo en la sala Apolo de Barcelona hace un par de años y, en Toronto, tampoco defraudaron. Salieron vestidos con uniformes de baloncesto personalizados y la acertaron de lleno abriendo con “Hit Or Miss”, una canción que me recuerda que esta experiencia tendría que vivirla junto a mi gran amigo Julià.

También sonaron otros clásicos como “All Downhill From Here”, “Understatement”, “Hold My Hand” y “My Friends Over You” -con la que acabaron- pero la locura se desató con la versión de “Basket Case” de Green Day.

Ese momentazo bien mereció un pequeño rasguño en la sien -cortesía de una tía que se tiró encima mío con brazaletes y anillos afilados- y unas bermudas destripadas (eso no sé cómo ocurrió). New Found Glory fue el punto álgido del Warped Tour 2012, una experiencia que jamás olvidaré.

El escenario, listo para New Found Glory.

Para rematar la faena, me quedé a ver el ‘set’ de Taking Back Sunday -un grupo muy desmejorado que tocó techo con “A Decade Under The Influence” y “MakeDamnSure”- y concluí con dos grupos diametralmente opuestos: los ‘metaleros’ Every Time I Die y los ‘poperos’ You Me At Six.

Allí puse punto y final a un fin de semana que empezó el sábado en otro festival, el EdgeFest, celebrado en Downsview Park, al norte de la ciudad. Allí disfruté de la música de Silversun Pickups, Death From Above 1979 y, especialmente, de Billy Talent, uno de los mejores grupos canadienses de rock alternativo/punk. Sin embargo, por ambiente festivalero y por trayectoria, me quedo con el Warped antes que el EdgeFest.

En resumen, dos días muy completos de los que me recuperaré lentamente pero con gusto. Sol, calor, lluvia, sangre, sudor, golpes, algún moratón que me saldrá por la mañana, cansancio… Todo ha valido la pena y el recuerdo no me lo borra nadie. ¡A dormir!

I couldn’t wait for the summer and the Warped Tour, I remember it’s the first time that I saw her there [Rock Show, Blink-182]

Publicado en Festivales, Música | Etiquetado , , , , , , , | 3 comentarios

Españoles en Toronto

Aficionados en The Silver Dollar, a punto de acabar el partido.

Decimoquinta entrada. Un fin de semana de calor y muchas celebraciones. Como suele ser habitual en Toronto, todo ocurre a la vez y este domingo coincidía el Gay Pride -uno de los desfiles más importantes de Norteamérica-, Canada Day y la final de la Eurocopa entre España e Italia (4-0).

El sábado acepté una invitación de mi jefe para pasar el día con su familia en el lago Simcoe, a dos horas al norte de Toronto. Nos instalamos en Mara Provincial Park, un lugar donde, curiosamente, se reúnen muchas familias centroamericanas. Forma parte de la localidad de Orillia donde en invierno se practica el ‘ice fishing’ con el lago helado. Algo que, en un día tan caluroso como el sábado, con más de 30ºC de temperatura, resultaba difícil de imaginar. Tras la gran barbacoa preparada por Eduardo, me di mi primer baño en un lago canadiense. Siempre digo que me gustaría vivir en una ciudad con río, lago o mar y el chapuzón en las aguas dulces del Simcoe confirmó esa teoría.

Me sorprendió la poca profundidad de la playa, donde aproveché para quitarme el mono del frisbee y del volley, aunque ahí faltaba Devi con los hermanos Carretero para hacer un buen partido. En fin, fue una jornada muy agradable y un bonito contraste para lo que se avecinaba el domingo.

Banderas españolas en Little Italy.

El domingo dudaba entre ver la final de la Eurocopa en un ‘fan park’ que había montado Carlsberg en Little Italy o ir a The Silver Dollar, una sala de conciertos que habían alquilado los Españoles en Toronto. Mientras meditaba, me di un paseo en bici por Exhibition Place, donde la cadena de radio multicultural CHIN organizaba un evento popular con atracciones de feria, paradas de comida, competiciones deportivas y música en directo. Tras darme una vuelta acabé, como suelo hacer, en High Park.

A las 14.45 llegó la hora de la verdad. Finalmente, opté por ver el partido con el grupo de españoles y, aunque el local era un poco oscuro y las pantallas un tanto pequeñas, fue una decisión acertada. Corrieron las risas y las cervezas en un ambiente que sólo los españoles son capaces de recrear. La locura se desató en cada gol y, con el partido sentenciado, quedaba por saber dónde y cómo íbamos a «liarla».

Marea roja en College street.

Los planes de volcar un tranvía y de bañarse en alguna fuente -aquí no hay grandes fuentes ni plazas, ¡un fallo!-, pasaron a mejor vida y decidimos bajar hasta College, donde empieza Little Italy. Allí habían muchos latinoamericanos con camisetas y banderas de La Roja y pronto tomamos las riendas con gritos y cánticos «de verdad», desde el «¿Donde está Balotelli?» y el «Torontontero» hasta el «Italiano el que no bote». Con el megáfono en mano, los comentarios subían de tono y de gracia. «Dos melones, tres euros».

Me acoplé con tres madrileños y un granadino y nos fuimos de fiesta hasta las tantas. La ocasión bien merecía la pena y, con la roja, no había quién nos frenara. Los canadienses flipaban con nosotros pero se lo tomaron con buen humor y, en el fondo, les gustó. Buena gente los españoles (Alfredo, Alberto, Gonzalo, Rubén & cía), que saben cómo divertirse y hacérselo pasar bien a los demás.

Tengo que reconocer que ver la Eurocopa en Toronto ha sido especial y la alegría ha ido por barrios. Los polacos celebraban en Roncys, los griegos en Danforth, los italianos en Little Italy y los portugueses en Dundas St. West. Todo el mundo apoyaba un equipo y era habitual ver casas y coches decorados con las banderas de cada país. Las bocinas han sonado para celebrar las victorias y las camisetas de las selecciones han dado color a la ciudad durante el último mes. El fútbol sigue siendo un deporte minoritario en Canadá pero se está abriendo ante el dominio del hockey, el béisbol y el fúbol americano.

Al final, no vi ni el Gay Pride ni los fuegos artificiales de Canada Day, pero no cada día se puede festejar un gran título -aunque esta selección nos esté acostumbrando a ello a base de buen fútbol- y no hay nada como celebrar las victorias de España desde el extranjero. ¡Enhorabuena España! Ahora, a solucionar la crisis.

Publicado en Barrios, Deportes, Naturaleza | Etiquetado , , , , , , , | 2 comentarios