Washington D.C.

La Casa Blanca.

Decimocuarta entrada. Este fin de semana hice mi primera incursión en Estados Unidos. Me compré un billete de bus -los más baratos son los de Megabus– y recorrí los 900 kilómetros que separan Toronto de Washington D.C.

El autocar sale normalmente a las 23.30 de la noche y llega a su destino aproximadamente 12 horas más tarde. En Buffalo hay que bajarse del vehículo, responder a las preguntas de los agentes de inmigración -siempre hay uno que será más quisquilloso, recomiendo juzgar por las caras- y, cruzada la frontera, se reemprende el viaje. Un día, cuatro estados (New York, Pennsylvania, Maryland, Virginia y D.C.) y varias horas de sueño más tarde, estás en la capital de los Estados Unidos.

La razón por la que escogí Washington D.C. antes que, digamos, Nueva York, es que allí vive Alejo, un amigo madrileño cuyo padre jugó a rugby con el mío en los 70 (la época dorada del Arquitectura). Además, ¿qué mejor carta de presentación de los Estados Unidos que su capital?

Llegué a Union Station hacia el mediodía del viernes y seguí las precisas instrucciones que me había dejado Alejo para llegar a su casa. Era el día más caluroso del año y lo primero que hicimos cuando volvió del trabajo fue comprar unas cervezas locales que tomamos durante el partido de la Eurocopa entre Alemania y Grecia, bautizado como «battle of the bailout». Tras la previsible derrota griega y con el regusto del Flat Tire Ale en la garganta, dejé a mi anfitrión acabar sus recados laborales y di mi primera vuelta de reconocimiento a la capital.

El Capitolio, el punto más alto de la ciudad.

Quedé gratamente impresionado con Washingthon, una ciudad por la que es fácil moverse -las calles siguen un orden numérico y alfabético- y cuyos edificios no pueden exceder la altura del Capitolio, que corona en uno de los extremos del National Mall.

El National Mall es un enorme paseo que conecta el Capitolio en el este con el monumento a Abraham Lincoln en el oeste, a orillas del río Potomac. En medio, se postra el famoso obelisco –Washington Monument– y a ambos lados, se distribuyen más monumentos y edificios de estilo neoclásico que albergan museos e instituciones gubernamentales como la Reserva Federal.

La estatua de Lincoln, presente en tantas películas.

En el camino, no es extraño cruzarse con personas con acreditaciones colgadas del cuello -en Washington viven muchos funcionarios del Gobierno- y, al parecer, si  circulan tres helicópteros en el aire, eso quiere decir que el presidente Obama está en la ciudad.

Mi caminata empezó en la Casa Blanca, a 15 minutos de donde me alojaba, y siguió por los jardines del National Mall, un lugar que invita a grandes manifestaciones como las de la Guerra del Vietnam, cuyas víctimas son recordadas en un monumento cercano.

La noche del viernes comí por primera vez en un restaurante etíope, Dukem, el lugar favorito de Laura, la novia de Alejo. Tras la excelente cena, los chicos seguimos la noche en U street, una calle llena de bares, clubes y criaturas nocturnas. Varias cervezas después, y habiendo visto por fuera el mítico 9:30 Club, acabamos en Ben’s Chili Bowl, donde probé el famoso Chili Dog, un perrito caliente servido con una salsa especial que se hace allí desde 1958. En el local hay que ser preciso con el pedido y los carteles recuerdan que los dos únicos clientes que están exentos de pagar son Barack Obama y Bill Cosby. Una joya.

Haría falta una semana para explorar los museos.

El sábado giró alrededor del partido Francia-España, que se jugaba a las 14.45 de la tarde. Antes de guardar sitio en el Lucky Bar, Alejo me enseñó la ciudad en su coche. Cruzamos el puente hasta Arlington, en Virginia, donde está el pentágono y el cementerio militar, y volvimos por frondosos bosques hasta Georgetown, la zona universitaria de D.C. Al lado se encuentra «Embassy Row», la Pedralbes de Washington, llena de lujosas embajadas.

Xabi Alonso nos alegró el día con sus dos goles frente a Francia y rematamos la tarde en la terraza de The Reef, conocido por tener el mejor barman de Washington. Me quedé con las ganas de adentrarme en Madam’s Organ, un bar de blues que altera el nombre del barrio, Adams Morgan. Agotados por la combinación de fútbol, birras y calor, pasamos la noche en el apartamento viendo las series de televisión ‘Girls’ y ‘Suits’. Mención especial merece Laura, que cocina suculentos platos italianos y que tuvo el detalle de comprar un delicioso Albariño. Thanks!

Los soldados del Vietnam, en el National Mall.

Aproveché mi último día para visitar museos, aunque el Inglaterra-Italia me marcaba un poco la agenda. Tuve tiempo de conocer el Newseum, un moderno museo sobre el periodismo y la libertad de prensa -no en vano, el Washington Post destapó el caso Watergate- y dos de las múltiples ramas del Smithsonian: el Museo de Historia Natural y el de Arte Americano. Entre medio, vi la derrota de los ingleses en los penaltis -sorpresa, sorpresa- en un pub irlandés con un italiano estereotipado que resultó divertido de lo pesado que era.

El mal sabor de boca de la eliminación de Inglaterra se me quitó rápidamente en el Lauriol Plaza, un inmenso restaurante latino en el que disfruté de lo lindo con las Masitas de Puerco, una especialidad de la casa de origen cubano. Allí terminé un estupendo fin de semana por el que tengo que agradecer a dos ‘hosts’ de primera como son Laura y Alejo. Me quedé con ganas de más y eso siempre es buena señal.

Publicado en Noche, USA, Viajes | Etiquetado , , , , , , , , , , , | 3 comentarios

Días de música en NXNE

The Mahones en The Great Hall. Foto prestada de stjohnsscene.com.

Decimotercera entrada. Es difícil saber por donde empezar después de asistir a un festival con 800 bandas en su cartel. Estoy hablando del North By North-East (en adelante, NXNE), que sería el equivalente del South By South-West (SXSW) que se celebra cada año en Austin, Texas.

Básicamente, es una semana en la que se habla, se escucha y se respira música por todos los rincones de la ciudad. De la interminable lista de grupos, podía contar los que me sonaban con los dedos de la mano. Mejor así porque sino me hubiera vuelto loco intentando desdoblarme y, desgraciadamente, no tengo el don de la ubicuidad.

Intentaré resumir mi experiencia en el NXNE por días y haré lo posible por no aburriros con nombres de grupos y artistas que para mí eran tan desconocidos como lo pueden ser para vosotros ahora. ¡Allá vamos!

Miércoles 13 de junio
El primer día me presenté en la sede del festival, el Hyatt Recency Hotel, para recoger mi acreditación. Aproveché para asistir a una de las conferencias que se programaban, en este caso sobre redes sociales. Me gustó el ambiente y me quedé con ganas de más pero era miércoles y tocaba volver al trabajo.

Por la noche, tras consultar la bíblica del festival, un libreto con todas las actividades de la semana del que no me separé, decidí acercarme al Rochester, una especie de discoteca en la que se anunciaban varios grupos de influencia punk (esa palabra es mi debilidad). Llegué a tiempo para las dos últimas canciones de Hate Gang y el set de 15 minutos de Frames, un cuarteto que tenía tanta energía como melodía.

Luego opté por bajar hasta Velvet Underground, en Queen Street, atraído por la descripción de un grupo que comparaban con Sick Of It All. En lugar de hardcore y mosh-pits, me encontré con una sala vacía en la que tocaban unos australianos que mezclaban Lionel Richie y House of Pain en clave ska. Se llaman Mayan Fox y habían acudido al NXNE a última hora.

Fue allí cuando empezó a gustarme el festival. De eso se trataba, de descubrir grupos nuevos por pura casualidad y dejarse llevar por el instinto de la noche. El siguiente grupo me entró por la vista. The Parkdale Hookers son un trío de cuarentones vestidos de ejecutivos que empezaron con “Sonic Reducer” de los Dead Boys, así que fue una buena elección. También acerté en The Horseshoe Tavern, una mítica sala donde tocaba Hayes Carll, un cantante tejano que me sorprendió con “I Don’t Wanna Grow Up”, una canción de Tom Waits mejorada por los Ramones.

La primera noche -y ya veo que me estoy alargando- la acabé en El Mocambo con The Holiday Crowd, un grupo que gustará a los fans de The Smiths. Fue una buena manera finalizar el día.

Jueves 14 de junio
El gran reclamo de la segunda jornada estaba en Dundas Square, donde tocaban tres veteranos del punk californiano: No Use For A Name, Good Riddance y Bad Religion. Llegué a tiempo para los últimos temas de NUFAN, que ya había visto hace poco en Barcelona. También me hizo gracia ver a Good Riddance pero después de una hora de Bad Religion en una plaza a rebosar -y habiendo escuchado “21st Century Digital Boy” y “Los Angeles Is Burning”-, tenía ganas de un concierto pequeño.

No tuve que andar muy lejos para encontrar el Now Lounge, la sede de un periódico gratuito que siempre te pone al día de los eventos culturales en Toronto (Now Magazine). Allí tocaba un grupo que descubrí hace unos meses en Lyon junto a mi amigo Joaquim. Mama Rosin es un trío de Ginebra que toca música cajun -pensad en acordeón y banjo- con una actitud muy rock. Me gustaron tanto que los volví a ver al día siguiente en The Cadillac Lounge.

Tras los suizos, deambulé un poco hasta acabar en Lee’s Palace, donde tocaba uno de los grupos favoritos de mi estimado Sergi ‘Chino Moreno’ Kezkak. Hablo de Protest The Hero, un quinteto de ‘metalcore’ que nunca había apreciado hasta la fecha. Sonaron bien, tocaron fuerte y su cantante, Rody Walker, se mostró la mar de simpático y gracioso ante un público receptivo. Postuló su incipiente barriga cervecera como nuevo símbolo de Canadá y amenazó con quemar la ciudad el día que los Maple Leafs lleguen a la final de la Stanley Cup, tal y como hicieran los ‘hooligans’ de Vancouver en el 2011. Además de labia, Rody mostró buena voz en un género en el que suelen haber más gritos que melodía.

Protest The Hero hubieran sido un buen colofón para el jueves, pero pequé de goloso y, shawarma en mano, me dirigí a Mocambo para ver qué tal eran A Place To Bury Strangers. No me gustaron en absoluto. Muy densos y muy aburridos. A esas alturas de la noche, no estaba con ganas de adentrarme en su barrera de sonido, de la que salí rebotado hacia Cameron House, donde coincidí casualmente con el folk balcánico de Lemon Bucket Orchestra. Su fiesta siguió en plena calle hasta las 3 y media de la madrugada. Llegué a casa justo antes de que el sol hiciera acto de presencia.

Viernes 15 de junio
El tercer día del festival empezó con bici y con Astrid, que se dejó guiar por mis improvisado y caótico ¿plan? festivalero (aquí es cuando echo en falta las meditadas ‘graellas’ de las hermanas Janés que me facilitan la vida en el Primavera y el In-Edit).

El punto de partida fue el Mod Club Theatre, en Little Italy, que también celebraba sus fiestas de barrio. Allí vimos a Die Mannequin, un cuarteto liderado por la morena Carolina Kawa. Había oído hablar bastante de ellos pero creo que las comparaciones con The Distillers les quedan muy grandes. Lo mejor fueron los personajes pintorescos que subieron al escenario hacia el final del bolo, antes de que la vocalista -embarazada, según Astrid- se tirase al público en plan surfera.

Tras subir la moral con Mama Rosin, nos fuimos al Gladstone Hotel Room, un local ‘ultracool’ donde tocaba Utidur, un grupo de diez jóvenes músicos islandeses que hacía una extraña combinación de pop orquestal, jazz y folk. Es difícil describirlos y, aunque tienen talento, en algunos momentos eran un poco ‘School of Rock’ sin Jack Black (léase sosos). Pero, por lo general, gustaron.

La siguiente parada fue el Horseshoe Tavern, que había completado aforo para Andre Williams & The Sadies, un viejo bluesman que tampoco era para tanto. Tras él tocó Reigning Sound, un grupo decente que me convenció con el tema “Stop And Think It Over”.

Tras la sobredosis de blues-rock y de Horseshoe Tavern, acabamos, si mal no recuerdo, en el Rancho Relaxo, un local sin ventanas en el que sudaban sobre el escenario los chicos y las chicas de Lonnie In The Garden, un grupo que sorprendió a algunos con sus juegos de latas percusoras. Buen momento para ir a la cama.

Sábado 16 de junio
Sí, era el día de The Flaming Lips y no, no fui a ver a Wayne Coyne en su burbujita. Esta vez, cedí la iniciativa a Astrid con la única condición de ver a The Mahones a las 11 de la noche en The Great Hall. Y acertó de pleno con la cantautora country Ann Chaplin y el folk casero de Graham Nicholas en The Free Times Cafe. No hay nada como una guitarra, buenas melodías, letras personales y un espacio que invita a la intimidad. Me podría haber quedado allí toda la noche, pero en el NXNE hay que moverse y descubrir grupos nuevos, como Mac DeMarco, una buena alternativa a The Flaming Lips y un buen aperitivo para The Mahones.

Llegamos a The Mahones con el tiempo justo. El sonido era terrible -como casi siempre ocurre cuando he visto en directo a esta banda de punk celta de Montreal- y el público no estaba especialmente motivado. Excepto yo, que lo di todo, incluso el móvil (que recuperaría más adelante). Es difícil no motivarse con canciones como “Queen and Tequila” y “Drunken Lazy Bastard”, que mezclaron con el eterno “Teenage Kicks” de The Undertones.

Otra motivación, porqué negarlo, es Katie McConnell, la acordeonista más sexy del planeta. Sexy y simpática. Cuando me acerqué a la parada de merchandising después del concierto, saltó de alegría al ver mi camiseta de Frank Turner, del que se declaró una ferviente seguidora. No hay nada como llevar la ropa adecuada, ¿verdad? Bromas a parte, Katie estuvo muy locuaz y recordó que había nacido en Queen Street, en Toronto. Sigo pensando que morena está mejor pero el corte rubio platino no le queda mal.

En fin, tras el momento Mahones y la pérdida momentánea del móvil, optamos por Rival Schools, un trío de Nueva York con un sonido muy grunge. No estuvo mal el concierto aunque el cansancio ya se empezaba a notar.

La noche acabó con una sesión de comedia en el Monarch Tavern. La verdad es que fue un fiasco porque los chistes eran malísimos y parecía más un concurso de groserías que una sesión de monólogos. El único que me hizo cierta gracia era The Dick Mime, un mimo que imitaba felaciones en situaciones propuestas por el público. Ese era el nivel.

Domingo 17 de junio
El último día del NXNE comenzó a ritmo de rap en Dundas Square. Allí vimos a Action Bronson, un rapero blanco con sobrepeso que lanzaba rimas malsonantes entre cigarrillo y canuto. Al principio resultó curioso pero luego se hizo cansino. De allí pasamos al Rancho Relaxo para Vistavision, un trío de Toronto (como la mayoría de bandas del festival) que me recordaba por momentos a Vampire Weekend.

Tras Vistavision, la noche nos guardaba más sorpresas, comenzando por Ocasan, un grupo de Londres que fue de menos a más con un estilo parecido a Fall Out Boy, y Jumple, un combo que busca jugar en la misma liga que Gogol Bordello. Así fue y el poco público presente en El Mocambo saltó y bailó con las infecciosas cadencias de estos ex soviéticos con pintas tan excéntricas como graciosas. El “Enter Sandman” con violines y guitarra acústica no tiene precio.

Tras el buen rollo de Jumple, la noche estuvo a punto de acabar en anti-climax con Nadja, un dúo de ruido experimental que casi nos deja en coma. Por suerte, salimos a tiempo en dirección a The Crawford, un bar con un pequeño escenario situado al final de unas escaleras. Era el lugar idóneo para acabar el festival al ritmo frenético de Pink Wine, un grupo de punk-rock hiper-melódico en el que el cantante hacía las funciones de técnico de sonido. Astrid lo dejó allí pero yo aguanté un par de grupos más, Rad Habits y Troubadour, que pusieron el colofón a un festival para el que valdría la pena pedirse vacaciones o incluso una excedencia laboral.

Buenos nombres de grupos que me perdí: The Rabid Hole, Topless Gay Love Tekno Party, Go Go Second Time Virgin, High Heels Lo Fi, I Am Not Lefthanded, I Smell Blood, Les Breastfeeders, Organ Thieves, Beatface, Darlings Of Chelsea, Dwayne Gretzky, Loe Pesci, Future History, Heliopause, Connoiseurs Of Porn, Dinosaur Dinosaur, Dirtymags, Philoceraptor, Teen Tits Wild Wives, Take Drugs, Tight Nuns.

Publicado en Festivales, Música | Etiquetado , , , , , , , , , , | 1 Comentario

Roncesvalles, el barrio polaco

Roncesvalles Avenue.

Duodécima entrada. Este fin de semana he conocido un poco más el barrio que tengo al lado de casa y que he recorrido en numerosas ocasiones con el tranvía pero sin realmente detenerme. Se llama Roncesvalles -‘Roncys’ para los amigos- y es una de las zonas de moda en Toronto.

Aunque el nombre remita a pueblos navarros y batallas medievales cantadas por juglares franceses, Roncesvalles es conocido por ser el centro de la comunidad polaca en Toronto. Aquí tienen sus tiendas, restaurantes, diarios e iglesias. Incluso existe una estatua erigida en honor al papa Juan Pablo II, que visitó la ciudad en 1984.

La bandera canadiense y la polaca ondean lado a lado.

La arteria principal de este acogedor barrio que también recibe descendientes ucranianos, rusos y eslovenos, entre otros, es Roncesvalles Avenue. Se trata de una calle de poco más de un kilómetro que está alineada con pequeñas tiendas y coquetas residencias. Conecta el río Ontario, en el sur, con el tramo norte de Dundas West, y está en paralelo al magnífico High Park (hablaré más sobre este parque otro día).

El mejor 'croissant' está en Cherry Bomb Café.

Además del factor polaco, Roncys se ha modernizado con bares, cafeterías, librerías y una serie de negocios que atraen a muchos ‘hipsters’. Afortunadamente, al no ser muy grande, todo tiene un aire muy familiar, muy de barrio.

La tienda de películas Film Buff.

Esta mañana pude descubrir la calle aprovechando la visita de Astrid, una amiga de periodismo con la que he coincidido en Toronto y que sabe moverse muy bien por la ciudad.

Bajo el pretexto de encontrar el Cherry Bomb Café -un local afamado por sus cruasanes- nos recorrimos toda la avenida, pasando por fruterías, tiendas de bicis y cafeterías que servían unos suculentos desayunos. Al final, caímos en la tentación y nos tomamos ‘eggs benedictine’ con patatas en la terraza de Sunrise Grill, viendo pasar a familias, modernos y viejos residentes con acento polaco.

El ‘brunch’ ha sido el buen contrapunto a una larga y divertida noche de karaoke coreano y apasionadas conversaciones sobre feminismo tan sólo interrumpidas por el amanecer. Es lo que tiene esta fascinante ciudad.

Publicado en Barrios, Comida | Etiquetado , | Deja un comentario

La importancia de llamarse Frank

Vista privilegiada. Frank Turner desde primera fila.

Undécima entrada. El sábado ha sido un día que recordaré toda mi vida. Hay dos razones para ello y las explicaré a continuación.

Empezaré por la obvia para todos aquellos que conozcan mi afición al fútbol. ¡El Chelsea ha ganado la Champions League! Qué bien suena esa frase. El año en el que menos lo esperábamos, conseguimos por fin el título que tantas veces se nos había escapado de las manos. Estoy pensando en el gol fantasma del Liverpool, en el empate in extremis de Iniesta en Stamford Bridge y, sobre todo, en el penalti fallado por John Terry en Moscú en 2008. Todas esas frustraciones se han redimido con una victoria en los penaltis ante el Bayern Munich en su propio estadio. ¡Un equipo inglés ganando a los alemanes por penaltis!

La felicidad que me produce esta hazaña del Chelsea sólo es comparable a la Copa del Rey que ganó el Espanyol en el 2000 y al Mundial que conquistó España en el 2010. Aunque mucha gente critique al equipo por su estilo de juego y por el dinero del multimillonario ruso Abramovic, hay que reconocer que la generación liderada por Terry, Lampard, Drogba y Chech merecía este premio.

Hecho el discurso, pasaré a relataros cómo viví la final en Toronto. Para empezar, hay que recordar que existe una diferencia de seis horas con Europa, con lo cual el partido comenzaba a las 14.45 hora local. Hizo un día caluroso, con mucho sol y temperaturas subiendo de 25ºC.

Colas en Toronto para fer la final de la Champions.

Me dirigí a St. Clair para ver el partido en Scallywags, un pub donde se reúnen aficionados al fútbol. Cuál fue mi sorpresa que, al salir del metro, divisé una larga cola de gente esperando para acceder al local. Había muchas camisetas del Chelsea, demostrando que el fútbol tiene buena afición en Canadá. En la cola me encontré con Mattias, un belga que habla maravillas de la cerveza de su país. Al ver que se acercaba la hora del partido y que la cola apenas se movía, decidimos pillar un taxi y ver la final en otro pub, The Duke of Gloucester. Allí nos sentamos en la terraza al lado de una mesa de irlandeses muy cachondos.

Y cuando todo parecía perdido, apareció Drogba con su gol y fue el éxtasis. En ese momento, me di cuenta que yo era el que más celebraba los goles del Chelsea. Lo dicho, en Canadá hay interés por el fútbol pero les falta pasión. Yo me dejé los nervios y la voz. Tras los penaltis, incluso el belga y los irlandeses, ligeramente contra el Chelsea, se alegraron por mi júbilo. Ver a Frank Lampard levantar la Copa de Europa fue la bomba.

Salí del pub exultante y fui levitando a mi segunda gran cita del día: el concierto de Frank Turner. Hacía mucho tiempo que quería ver a este cantautor inglés que tocará próximamente en España. Tenía muchas expectativas, que se cumplieron de sobras. El concierto era en Queen Elisabeth Theatre, un recinto ubicado en Exhibition Place, cerca del lago, y el cabeza de cartel era Joel Plaskett, un cantante bastante conocido por estas lares.

Pero yo estaba allí para Frank Turner, que hizo un set acústico de una hora con el único apoyo de su guitarra y su encanto inglés, lo suficiente para ponerse al público en el bolsillo.

Me senté en primera fila y disfruté como nunca de temas como “Balthazar, Impresario” -sobre el declive del music hall en Inglaterra-, “Saint Christopher Is Coming Home” -una oda a sus noches en Winchester- o “Photosynthesis”, un himno generacional que nos hizo saltar de las butacas.

Tanto como su música, me encantó su presencia en el escenario. Frank Turner es un tipo inteligente, comprometido y genuinamente simpático. Introdujo cada pieza con ingenio y buen humor. Incluso las canciones nuevas sonaron bien. Me gustó especialmente “Wherefore Art Thou, Gene Simmons?”, una historia inspirada en el bajista de Kiss, que asegura haberse acostado con 4.600 mujeres.

Mr. Turner, todo un 'charmer' inglés.Se nota que Mr. Turner está curtido en los escenarios, donde se encuentra como pez en el agua, pero no pierde ni un ápice frescura y se entrega al 100% cada noche, algo muy loable en un músico que viaja tanto como Bob Dylan.

No voy a extenderme más sobre él, sólo deseo que podáis verlo en directo algún día. Y sino escuchad algunas de las canciones que tocó anoche como “Reasons Not To Be An Idiot”, “I Still Believe”, “Wessex Boy” o “The Road”.

En fin, podría hablar de Frank Turner todo el día pero no hay horas suficientes. Supongo que comprendéis ahora por qué recordaré el 19 de mayo de 2012 como un día mágico. Será cosa de Frank.

Four thousand five hundred ninety nine broken hearts and one more you can’t get out of your head

Publicado en Deportes, Música | Etiquetado , , , , , , | 3 comentarios

Vinos y cataratas

Las famosas cataratas del Niagara

Décima entrada. Hoy he visitado uno de los rincones más conocidos de Canadá: las cataratas del Niagara. Esta reserva natural que sirve de frontera entre Estados Unidos y Canadá se encuentra a tan solo 130 kilómetros de Toronto, por lo que la visita era obligada.

En general, debo decir que salido un poco decepcionado. Como suele ocurrir cuando uno visita grandes edificios, monumentos o espacios naturales, nos creamos una imagen mental que pocas veces corresponde a la realidad. Reconozco que las cataratas son un portento de la naturaleza pero quizás hayan estado demasiado expuestas al turismo.

Lo que realmente se esconde detrás de las cataratas

Lo que más me ha horrorizado es el parque temático que han construido a su alrededor. Clifton Hill es el epítome del mal gusto. Se trata de una calle repleta de casinos, hoteles, multicines, un museo de cera, otro de los récords Guinness, tiendas de souvenirs, restaurantes de comida rápida y atracciones de feria a cada cuál más fea. En resumen, una especie de Las Vegas a tiro de piedra de una de las reservas naturales más importantes de Norteamérica.

¿Niagara o Las Vegas?

Por suerte, la decepción de las cataratas -o, mejor dicho, del negocio turístico que han montado a su alrededor- ha quedado compensada ampliamente por la ruta de vinos del Niagara. Hasta allí llegué con mis cuatro compañeros de viaje -un canadiense, un brasileño, una alemana y una coreana-, todos couchsurfers. Sam, el chico local, nos condujo hasta las diferentes wineries -bodegas o casas de vino- que pueblan la región.

Nuestra primera parada fue en Peninsula Ridge, en Beamsville, conocida por su Sauvignon Blanco. A 50 centavos de dólar la muestra, yo me decanté por ese y el Gewürztraminer, una variedad típica de Alsacia que goza de popularidad en estas partes. Acabamos la cata, servida por una simpática mujer mexicana, con una especialidad canadiense: el icewine, un vino que se extrae de las uvas congeladas en invierno. Su sabor es muy dulce pero casa muy bien con queso azul.

Una noria al lado de un mini-golf de dinosaurios

La segunda parada enoturística fue en las bodegas Megalomaniac, de John Howard. Tanto el nombre de la bodega como los vinos que produce -Bigmouth, Bravado, Eccentric- responden a las mofas que lanzaron los amigos del empresario cuando oyeron que crearía su propio vino. Probé un blanco (Narcissist Riesling), un rosado (Pink Slip Pinot Noir) y dos tintos, el segundo del cual tenía un sabor tostado con notas de pimienta. Muy raro. Acabamos la visita con otro icewine, en este caso un blanco (Coldhearted Riesling).

Según me dijo Sam, nuestro particular guía, el famoso jugador de hockey, Wayne Gretzky, también producía un vino propio. Sin embargo, optamos por hacer nuestra última cata del día en Coyote’s Run, que visitamos por la tarde tras el chasco de Niagara Falls. En la terraza de esta tranquila granja, degustamos el Red Paw y el Black Paw, dos tintos que comparten la misma variedad de uva y que están sometidos al mismo clima pero cuyo sabor difiere a causa de la tierra de cultivo.

¿Cuál es Black Paw y cuál es Red Paw?

Los vinos del Niagara, así como todas las bebidas alcohólicas que entran en Canadá, tienen una fuerte carga impositiva. También hay un estricto control en la venta de vinos, cervezas y licores, que no se encuentran en los supermercados sino en dos cadenas especializadas: BeerStore y LCBO (siglas de Liquor Control Board of Ontario). Es por eso que el precio de una botella de vino difícilmente baja de los 15 dólares canadienses. Así que, si alguien viene desde España, ya sabe qué traer…

Publicado en Naturaleza, Viajes, Vinos | Etiquetado , , , , , , , | 4 comentarios

Hot Docs

Novena entrada. Reconozco que estado ausente últimamente pero tengo una buena justificación: el Hot Docs. Es el festival de documentales más importante de Norteamérica y sencillamente me ha encantado. He trabajado y he vivido festivales de cine desde dentro y puedo decir que este es el más grande y el mejor organizado que he visto.

Bien es cierto que tener una acreditación de prensa te facilita la tarea, porque no tienes que pagar y puedes retirar tu entrada incluso con la sesión empezada. Digo que es el festival más grande porque se programan 189 películas en 11 cines diferentes que, además, suelen llenarse. Y la organización es buena porque las proyecciones empiezan a la hora, porque se prevén ‘rush lines’ para que la gente pueda comprar entradas no canjeadas y, sobre todo, porque no hay quejas.

Uno de los alicientes del festival son las sesiones de Q&A, la charla con el director, el productor y, en muchos casos, los protagonistas de la película. En ‘Beware of Mr. Baker’, un documental musical sobre el excéntrico batería inglés Ginger Baker, subió al escenario ni más ni menos que Chad Smith, de Red Hot Chili Peppers, que era colega del director y tenía un concierto esa noche en Toronto. ¡Nivelazo! Otro personaje curioso fue Radioman, un neoyorquino con aspecto de vagabundo que ha trabado amistad con los actores de Hollywood y aparece de extra en un sinfín de pelis. Ahora él es el protagonista de un divertido documental.

Tener un buen personaje y una buena historia es la clave para triunfar en el género documental. He tenido la suerte de ver unas treinta películas y ninguna me ha defraudado. La que más me sorprendió, tanto por personajes como por historia, fue ‘The Imposter’, sobre un tipo francés que roba la identidad de un adolescente desaparecido en Texas y acaba viviendo con la familia del chico como si nada. Un relato turbio que esconde muchas sorpresas y que vale la pena ver hasta el final.

Quién quiera salir del cine con buen rollo, tiene que ver ‘Big Easy Express’, un docu precioso que sigue el viaje en tren de tres bandas: Old Crow Medicine Show, Edward Sharpe & The Magnificent Zeros y los maravillosos Mumford & Sons. Empiezan la gira ferroviaria en San Francisco, acaban en Nueva Orleans y, durante el trayecto, tocan juntos, hacen fiestas y se lo pasan en grande. Todo ello al ritmo del tren.

Por afinidad y por los años que he asistido al In-Edit de Barcelona, los documentales musicales me atraen especialmente. En este apartado, destacaría ‘No Room For Rockstars’, que sigue el Vans Warped Tour, ‘The Punk Syndrome’, sobre cuatro discapacitados finlandeses que triunfan con un grupo de punk, o la extensa biografía de Bob Marley. Esta última es completa pero previsible, aunque me hizo gracia saber que la leyenda del reggae jugaba a fútbol en Battersea Park, al lado de donde el Chelsea FC -flamante campeón de la FA Cup- quiere construir un nuevo estadio.

El documental musical es una pequeña sección dentro de un festival que prioriza historias humanas como ‘Canned Dreams’, un recorrido por las diferentes fases de producción de una lata de ravioli, desde el aluminio para el contenedor hasta el aceite, los tomates, la masa o los cerdos para los ingredientes. Se trata de una película un tanto lenta pero absorbente. Sin embargo, los documentales también pueden ser dinámicos -pienso en ‘Bones Brigade’, sobre la generación de oro de skaters americanos- y entretenidos, como ‘The Queen Of Versailles’, que presenta la familia de un millonario casado con una ex-miss que se ve obligada a frenar sus caprichos tras estallar la crisis.

Hot Docs en los cines Cumberland

El Hot Docs me ha permitido conocer historias fascinantes y, de paso, familiarizarme con los mejores cines de Toronto. He conocido el Bell Lightbox, un moderno multicine que es la sede del Toronto Internacional Film Festival (TIFF), que se celebra cada año en el mes de septiembre. También me he sentido muy a gusto en los cines Cumberland, en el auditorio del ROM y en el Isabel Bader Theatre, todos muy cercanos. La sede principal es el Bloor HotDocs Cinema, una sala que, según me dijo uno de los programadores, fue donada al festival recientemente.

Los documentales seguirán en este cine durante el año, pero creo que o será lo mismo sin el protocolo de los jefes de sala, los discursos de los programadores, las colas en la calle y los voluntarios, que aquí también existen y reciben el aplauso del público cada vez que se proyecta su spot publicitario. Sin duda, echaré de menos ese ambientillo típico de los buenos festivales (y no me refiero a las horrendas palomitas), que te permite conocer a cineastas comprometidos como Fredrik Gertten (‘Big Boys Gone Bananas!’),  noveles (J-P Passi, ‘The Punk Syndrome’), amables (Donal Mosher, ‘Off Label’) y surrealistas (Florian Habitcht, ‘Love Story’).

Por suerte, Toronto es una ciudad grande y la resaca post-festival se puede superar con otros festivales. Quizás empezaré por el de los judíos, el TJFF.

Forgiveness means giving up my right to revenge (Ginn Fourie, One Day After Peace)

Publicado en Uncategorized | Etiquetado , , , | 4 comentarios

Calderón y las cheerleaders

Vista desde los cielos

Octava entrada. Esta noche he asistido a mi primer partido de baloncesto. En realidad, se trata de un gran ‘show’ con el deporte como elemento secundario. Jugaban los Raptors de Toronto contra New Jersey Nets. En el plano deportivo, era un partido intrascendente, puesto que las dos franquicias se han quedado fuera de los ‘play-offs’ de la NBA. Los locales, con un equipo muy joven, han aplastado a los Nets (98-67), que venían a Canadá de paseo. ¡A saber lo que cobran por hacer eso!

Lo primero que me ha sorprendido es que la música siguiera sonando tras el pitido inicial, que ni siquiera se ha oído. Con el primer tiempo muerto, comenzó el Fanapolooza, una excusa para ver a las cheerleaders regalar a diestro y siniestro camisetas, bufandas, balones, reproductores de blu-ray, televisores e incluso cheques de 1.000 dólares. A mi me han hecho gracia unos niños bailarines -en plan Jackson Five- y el Raptors Kissing Bandits, un juego en el que las parejas que salen por la pantalla gigante tienen que besarse. Un realizador avispado enfocó a dos chicas, pero no cayeron del todo en la trampa.

Las cheerleaders, dispuestas a darlo todo

Asistí al partido en calidad de periodista, por lo que pude pasear a mis anchas por todo el recinto, el ACC, donde había 18.000 espectadores. La primera mitad la vi desde la “gondola”, un espacio reservado para la prensa situado en lo más alto del pabellón. Desde allí ondean las banderolas con el palmarés y fotos de jugadores míticos de los Maple Leafs, el equipo de hockey que comparte casa con los Raptors.

En el descanso, siguió el espectáculo con un dúo de acróbatas del Cirque du Soleil que demostraron fuerza y técnica, todo lo contrario que los Nets. El resultado parcial (54-27) permitía soñar con los 100 puntos. Al final, los Raptors se quedaron a dos puntos de alcanzar esa cifra, lo que hubiera significado una porción de pizza para todos los aficionados.

La mascota de los Raptors, toda una estrella

En el segundo tiempo estuve a pie de pista, cruzándome con las cheerleaders y los VIP, aunque no reconocí a nadie. La gente suele pasar completamente del partido, con los ricos entrando y saliendo de las primeras filas a su antojo y los periodistas más pendientes del partido de hockey entre N.Y. Rangers y Ottawa Senators (ganaron los norteamericanos).

Ha quedado bastante impresionado con el servicio de prensa. No sólo te dejan pasear por todos lados sino que te entregan las estadísticas del encuentro al acabar cada cuarto. Lo más fuerte es que puedes entrar en los vestuarios para entrevistar a los jugadores recién salidos de la ducha. Una situación un poco rara, ver como dos negros de 2 metros se ponen los calzoncillos mientras esperas entrevistar a Calderón. Sí, pude plantearle un par de preguntas insustanciales a la estrella española de los Raptors, pero ahí queda eso.

Calderón atiende a la prensa desde el vestuario

Yo me he ido contento a casa, al igual que el público, que se queda sin pizza gratis pero seguro que no vuelve con las manos vacías. Let’s Go Raptors!

Publicado en Deportes | Etiquetado , , , , , , | 3 comentarios

Es viernes y se sale

Séptima entrada. Es viernes y tengo ganas de empezar el fin de semana. Miro la página de couchsurfing para ver si hay alguna propuesta y me uno al plan improvisado de un tal Todd. Quedamos en un pub en Chinatown llamado ‘Red Room’. Mientras esperamos que se unan otros couchsurfers, pedimos el primer ‘pitcher’ de la noche, en este caso una jarra de cerveza de Steam Whistle. Mientras nos traen la birra, Todd recibe un mensaje de Julieta, una couchsurfer argentina, diciendo que se confundió de local y que acabó en ‘Green Room’, en Koreatown.

Mientras nos servimos la primera pinta, llegan otros tres couchsurfers, dos canadienses y una chilena, que se apuntan al plan y hablamos de lo que nos ha traído a Toronto. Todd resulta ser todo un personaje que ha dejado la psicología por una carrera en empresariales. Se pasará toda la noche picando a mi compañera de piso, Rosalie, licenciada en psicología, acerca de las teorías de Freud y los peligros y la utilidad del psicoanálisis.

También está Sam, un ingeniero que luce un anillo en el dedo meñique. Al parecer, es un símbolo de la carrera de ingeniería, que recuerda a los licenciados canadienses las obligaciones y la ética relacionada a la profesión. La leyenda dice que el anillo está hecho con el acero del puente de Québec, colapsado allá por 1907.

Sin embargo, es el compañero de piso de Sam quien surge con la frase de la noche, hablando de su ciudad natal, Winnipeg. Dice que allí sólo existen dos estaciones: “invierno y mosquitos”.

Tras degustar más cerveza local, nos dirigimos, entre la lluvia, al ‘Green Room’, un local muy parecido al ‘Red Room’. Allí encargamos más ‘pitchers’ y coincidimos con chicas de Argentina, Perú e, incluso, Extremadura. La conversación y la compañía es muy grata pero lo que más me sorprende, además de los avances de Todd -el Clark Kent canadiense-, es que en el local suene la música de The King Blues, un grupo inglés que, al parecer, ha cruzado el Atlántico con éxito.

Son casi las cuatro de la mañana así que me iré a dormir. Ha sido una noche interesante que servirá de preludio para el Record Store Day, el día de las tiendas de disco independientes, que se celebra en todo el mundo el 21 de abril. ¡Buenas noches!

Publicado en Barrios, Noche | Etiquetado | 2 comentarios

Un tranvía llamado streetcar

Interior del tranvía 506

Sexta entrada. Hoy hablaré del sistema de transportes, un tema fascinante (de verdad). Toronto cuenta con una red de buses, tranvías y dos líneas de metro, todos administrados por la TTC (Toronto Transit Comission). Mi favorito es, sin duda, el tranvía. Por suerte, tengo un abono mensual que me permite subirme y bajarme de estos viejos vagones eléctricos las veces que quiera.

Son de color rojo, tienen un magnífico aire retro y cubren las principales calles y avenidas de la ciudad. Normalmente, recorren la distancia entera de una calle, como Queen Street y College Street, así que es difícil perderse. Yo me he aficionado al 501 (Queen), al 505 (Dundas) y al 506 (College/Carlton), que son los que me dejan cerca de casa desde el centro. Las vías suelen estar en medio de la calle, con lo que hay que parar el tráfico para subirse. Me encanta eso, el sonido del timbre y la sensación de estar en una atracción de feria que te transporta a otra época.

Toronto Subway System

A la hora de desplazarse, lo más práctico es el metro, o ‘subway’ como dicen aquí. Hay una línea que va de este a oeste siguiendo la calle Bloor. La segunda línea hace una especie de “U” de norte a sur con Union Station como punto más meridional. Se le conoce como “Yonge subway” porque recorre buena parte de esa calle, la más larga del mundo según Wikipedia. Realmente no es difícil moverse por la ciudad aunque siempre me lío buscando las vías que van “northbound” y “southbound”.

Un tren entrando en Christie

Los vagones de metro son muy largos y eso quizás explique la presencia de un conductor en medio del vagón cuya misión es abrir y cerrar las puertas. Los trabajadores de la TTC visten con la característica chaqueta granate y apenas miran tu tarjeta cuando entras en las estaciones.

Los que no tienen abono, pagan con unas diminutas monedas -‘tokens’- que se depositan en una pequeña hucha  a la entrada del metro (o buses o streetcars), como si se tratara de propina. Parece muy fácil colarse en las estaciones aquí porqué los vendedores insisten en no mirar y los tornos son de juguete. Una vez dentro, no existen los interventores. En España este sistema no funcionaría pero aquí sí y eso me gusta.

Publicado en Transportes, Viajes | Etiquetado , , | 2 comentarios

Saint Lawrence Market

Escaparate de la tienda de vinilos Kop Records

Quinta entrada. Hoy he pasado el día merodeando por Toronto. Empecé en Saint Lawrence Market, un mercado que alberga una enorme cantidad de paradas con alimentos de todas las partes del mundo. Es un festín para el olfato y la vista aunque, para mi gusto, un poco caro y algo turístico. Sin embargo, es un lugar que vale la pena visitar y está entre los ‘must see’ de la ciudad.

Visité el mercado por primera vez el sábado pasado junto a dos couchsurfers muy viajados, Dina y Jordy. Allí probé un batido a base de matcha, un té verde japonés que me recomendó Dina y, más tarde, comimos en la terraza del mercado ante un sol de justicia. Con ellos también visité el Harbourfront, la zona portuaria donde en verano se celebran muchos festivales, y el Distillery District, un conjunto de antiguas fábricas victorianas que se han restaurado y ahora contienen bares, galerías de arte y lujosos ‘condos’.

Expliquemos brevemente el concepto ‘condo’. Los ‘condos’ son apartamentos privados que forman parte de un gran bloque gestionado por la comunidad de propietarios. En este caso, son los propios vecinos quienes ponen sus reglas y gozan de servicios como gimnasios y cines. En Toronto hay un ‘boom’ de construcción de ‘condos’, que amenazan con reemplazar las antiguas casas de ladrillo de estilo victoriano. Por suerte, aún sobreviven muchas de estas viejas casitas, que definen el aspecto y el carácter de las zonas residenciales de la ciudad.

En fin, tras mi segunda visita a Saint Lawrence, me pasé por el Air Canada Centre (AAC), el pabellón de los Raptors (NBA) y los Maple Leafs (NHL). Comprobaréis que los canadienses, al igual que los americanos, tienen la afición -o manía- de expresarse con siglas. También tienen la mala costumbre de formular cada frase como una pregunta e incorporar la palabra “like” por doquier. “It’s, like, you know?”. WTF!

La estrella de los Blue Jays, José BautistaVeo que a los Raptors les quedan dos partidos para acabar la temporada, mientras que los Maple Leafs han tenido que pedir perdón a su afición por no clasificarse para los play-offs de la Stanley Cup, ¡y ya van siete años! Eso explica la fiebre que hay actualmente en la ciudad por el baseball y los Blue Jays. No hay sitio donde no haya alguien luciendo la gorra azul con el símbolo del equipo, un arrendajo azul. A mi me gusta porque es como un periquito con cresta. En cualquier caso, tengo todo el verano para conocer este deporte tan yanki en el que triunfan los latinos.

Mi paseo matinal acaba en Queen Street West, una calle muy animada tanto de día como de noche. Allí entro en una tienda de vinilos cuyo escaparate estaba dedicado al nuevo disco de Cancer Bats, un grupo local que ha triunfado bastante en Inglaterra. Con el título de su nuevo álbum, os dejo hasta otra reflexión.

Dead set on living

Publicado en Barrios, Comida, Deportes | Etiquetado , , | 2 comentarios