Montréal

Vistas de downtown Montreal desde la montaña.

Decimonovena entrada. Después de varios meses, por fin realicé la anhelada escapada a Montreal. Había oído hablar maravillas de esta ciudad, la segunda más grande en Canadá después de Toronto. Debido a su legado francés -forma parte de la provincia de Québec-, siempre ha recibido comparaciones con las grandes capitales europeas. Es cierto que es una ciudad digna de visitar pero, de ahí a calificarla como la París de Norteamérica hay un trecho.

Viernes 24 de agosto
El viernes por la mañana salí de la estación de autobuses de Toronto y llegué a Montreal hacia el mediodía, cubriendo por el camino poco más de 500 kilómetros, una distancia corta para este continente.

Lo primero que hice fue ir a casa de Marie-Ève, una estudiante québecoise que me ofreció alojamiento a través de couchsurfing. Aproveché que ella tenía que adelantar un poco de trabajo para darme un paseo por su barrio, Outremont, un lugar precioso donde viven muchos ‘hipsters’ y judíos. Atraído por el olor, entré en una pastelería judía frecuentada por la comunidad hebrea y tomé un bocado hecho a base de hojaldre y patata. Desconozco el nombre pero estaba riquísimo. Luego seguí caminando por las faldas de Mont Royal, la montaña que da nombre a la ciudad, en medio de una tarde calurosa.

Pintura mural cercana a St. Louis Square.

Más adelante quedé con Marie-Ève, una activista de Greenpeace amante de las bicicletas y defensora de la lucha estudiantil, para ir a la explanada del parque olímpico. Allí se celebraba la primera edición de Expérience MTL, un festival que me permitió descubrir grupos locales como Canailles, Malajube y Galaxie. Me gustó especialmente Canailles, un octeto de cajun-folk cuya cantante tenía una voz ronca que chocaba con su imagen de chica mona. Me sorprendió que el festival, por donde pasarán Public Enemy y Jello Biafra, tuviera tan poca respuesta de público, teniendo en cuenta el precio irrisorio de las entradas ($6).

Al acabar los conciertos, quedamos con unos amigos de Marie-Ève para tomar unas cervezas en la terraza de L’Esco, un local en la Rue Mont-Royal, una de las calles más animadas de la ciudad. Es aquí cuando empecé a habituarme al acento québecois, una variante del francés en la que cambian mucho las vocales y la pronunciación de ciertas palabras.

Calles adoquinadas de Vieux-Montréal.

También pregunté por la política -estaban a 10 días de las elecciones- y averigüé sobre el sentimiento independentista de la mayoría francófona. Fue interesante escuchar los razonamientos de Kevin y Nicolas acerca de porqué se sienten québecois y no canadienses y cuál era su relación con el resto del país. En este sentido, reconozco que la cultura anglófona y la francófona son muy diferentes -empezando por la lengua- y es normal que haya un distanciamiento entre ambas. En cualquier caso, agradezco a los locales haber podido hablar en francés durante todo el fin de semana, sin necesidad de recurrir al inglés.

Parada de paella en Boulevard Saint Laurent.

Animado por los amigos de Marie-Ève, pude probar mi primer poutine, un plato tradicional que consiste en patatas fritas, salsa de carne (gravy) y queso. Quizás sea una guarrada gastronómica pero, a las tres de la madrugada en chez Rapido, sentó genial. El lunes lo volví a probar en La Banquise y no fue lo mismo.

Tras una breve parada en la tienda de bagels para el desayuno del día siguiente, dejamos las bicis en casa y me fui directo a la cama.

Sábado 25 de agosto
El sábado me levanté tarde, desayuné una excelente tortilla orgánica cortesía de mi anfitriona, y me fui a conocer downtown Montreal. Bajé por la calle St. Laurent aprovechando que había un mercadillo, el Mix Arts. Me fijé en, por lo menos, tres centros sociales españoles e incluso pasé por delante de una parada de paellas. El ambiente del mercadillo era agradable pero no vendían nada fuera de lo común.

La catedral de Notre-Dame de Montréal.

Caminé por el distrito financiero -una aglomeración de edificios altos sin personalidad- hasta llegar a la Place d’Armes, el inicio del casco antiguo. Es cierto que las calles de Vieux-Montréal tienen un marcado carácter francés que personalmente me encanta, pero no deja de ser un centro turístico rodeado de modernos rascacielos. Las calles adoquinadas, el Marché de Bonsecours y la basílica de Notre-Dame, junto al paseo marítimo, le dan a Montreal una ventaja respecto a otras ciudades como Toronto, eso sí, a costa de turismo.

Músicos en el mercado tradicional.

Durante mi paseo matinal, tuve la suerte de coincidir con un mercado artesanal donde los productos tenían buena pinta pero, como ocurre en estos casos, los precios eran caros. Yo me quedé con las canciones tradicionales de Québec, divertidas historias de amores y licores.

Los parques y las plazas de Montreal, entre lo mejor.

Después de muchas vueltas y, previo paso por el supermercado para comprar cerezas y cervezas, me reuní con Marie-Ève y un grupo de amigos que hacían un picnic en el magnífico parque La Fontaine. Allí había gente jugando a petanca, lanzando frisbees, tocando instrumentos o, simplemente, estirándose en la hierba en buena compañía.

De los nuevos amigos, me cayó especialmente bien la pareja Alex & Alexandra. Ella es una horticultora muy simpática que trajo unos ‘bleuets’ riquísimos. Entre charlas, comida y juegos de cartas, se nos hizo de noche. Tomé una última pinta con Marie-Ève en el Benelux, un bar en downtown con cerveza propia. Por lo visto, las ‘microbrasseries’ son tan comunes en Montreal como las ‘microbreweries’ en Toronto. Tras deambular solo por la zona de marcha de Saint Catherine y Saint Laurent, decidí volver a casa.

Domingo 26 de agosto
El domingo por la mañana amaneció nuevamente con buen tiempo y me acerqué al mercado Jean Talon, situado en el barrio italiano. Me pareció un mercado muy genuino, lleno de productos de temporada: maíz, tomates, cerezas, uvas, melones, etc.

Contraste de épocas.

Me topé con una demostración de pasta fresca, que pude degustar con una salsa de tomate y de pesto recién elaborada. La cocinera dijo que nunca hay que ponerle pimienta al plato de pasta, tal y como hacen en algunos restaurantes italianos con ese exagerado molinillo de pimienta. Buen consejo.

Para comer, me compré una ‘cochinita’ mexicana servida por una chica colombiana y, aprovisionado de uvas y cerezas de Ohio, me dirigí a la montaña. El calor apretaba pero las vistas sobre la ciudad desde el observatorio valieron la pena. Al bajar, unos seguían con el Tam-Tam -una batucada colectiva que se organiza los domingos a pie de montaña- y otros se imbuían en extrañas batallas medievales.

Con calma, fui descendiendo hasta el parque Laurier, donde centenares de bañistas se aglomeraban en la piscina pública. Soy un gran aficionado a los parques, ya sean grandes espacios como La Fontaine o pequeños rincones como el Square St. Louis. También me gusta acudir a sitios frecuentados por locales. Ese fue el caso de Vices et Versa, el pub preferido de Marie-Ève.

Entre una lista de treinta variedades de cervezas, me decanté por la Gaelique Cream Ale, un brebaje tostado y amargo que me encantó, y eso que no soy muy cervecero. Acompañé la bebida con una hamburguesa de bisonte de Québec. El bonito patio y el buen ambiente que se respiraba confirmaron el Vices & Versa como la elección perfecta para acabar el fin de semana.

Lunes 27 de agosto
El lunes me despedí de Marie-Ève y zigzagueé por las calles más conocidas de Boulevard Saint Laurent (rue Mont Royal, Saint Denis, Saint Urbain, Rachel, Duluth). No me resistí a tomar un ‘pain au chocolat’ mientras observaba la particular estructura de las casas con su escalera exterior.

Las escaleras externas, un símbolo de la ciudad.

Al optar por comer en La Banquise, tuve que descartar otros restaurantes que me habían recomendado pero que visité igualmente para futuras referencias. Estos son Schwartz’s, y Slovenia, especialistas en carnes ahumadas, y los portugueses Brasa y Romados, una rôtisserie conocida por sus pollos asados.

De camino, revisité el Square St. Louis y el Parc La Fontaine, esta vez bajo amenaza de lluvia. Al ser lunes, tuve que renunciar a los museos -me hubiera gustado pasarme por el Centre d’Historie de Montreal y el Musée des Beaux-Arts– y retomé la ruta de la montaña, pasando esta vez por la Universidad de McGill (pronunciado “Miguel” en inglés). Se trata de uno de las cuatro grandes universidades de la ciudad, siendo las otras Concordia, Université de Montreal y UQAM.

Cuando pasé por la anglófona McGill, los alumnos estaban preparando la rentrée, que llega tras un final de curso marcado por las protestas estudiantiles debido al aumento de las matrículas. El descontento sigue latente, especialmente entre las carreras más liberales y los estudiantes francófonos.

Camino de Mont Royal.

Mi segunda escalada a Mont Royal acabó en el Lac aux Castors, un lago artificial que, desgraciadamente, estaba en obras. Por culpa del tiempo, tanto físico como meterológico, desistí en mi intento de subir al Oratoire Saint-Joseph y descendí hacia el centro entre lo que parecía ser la Pedralbes de Montreal. De ahí tomé el autobús de vuelta y, pasada medianoche, ya estaba en casa.

El día gris no empañó lo que fue un buen fin de semana que me sirvió para desconectar de Toronto y conocer otra ciudad y otra cultura. Merci Montreal!

Acerca de Indivisual

Born and raised in Barcelona, as a child I spent my summer holidays in England, between London and Kent. I worked in the French region of Franche-Comté in 2011 and I'm a year later I started a new adventure in Canada. After spending 2013 in Italy, and after almost 3 years in Slovakia, I started traveling again in Myanmar (2016). After a spell in Europe, including Romania and the British Isles (summer 2019), I begin a new adventure in Mexico (2020).
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3 respuestas a Montréal

  1. Emily dijo:

    Wow!!! Suena genial…. estaras engordando un poco no????tanta comida….k bueno todo!!!! Besos tu hermana…

  2. Susi dijo:

    Ahora entiendo por qué no habías ido antes a Montreal, esperabas el Expérience MTL, ¡no siempre se puede aisstir a la 1ª edición de un festival! y más si está en otro continente.
    Me alegra que lo pases tan bien.
    Un beso

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